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Crítica de Cómo vivir contigo mismo, comedia de Paul Rudd en Netflix

Vivir contigo mismo
¿No sería genial tener un doble que fuera al trabajo por nosotros? Cuidado, porque esta serie de Netflix nos cuenta que todo tiene su lado negativo. ¡Que se lo digan a Paul Rudd!

En el vasto mundo de las producciones para cine y televisión, existe una especie de subgénero o, mejor dicho, de recurso narrativo que tiene un atractivo indiscutible: las clone movies o películas basadas en la existencia de clones. Aunque ello puede servir de excusa para contar historias de acción o drama (ahí tenemos la reciente y fallida Géminis), también tienen un potencial cómico clarísimo, dentro de las películas de enredo. Ese es el caso de Cómo vivir contigo mismo, la nueva serie de comedia que ha llegado a Netflix para mayor gloria de Paul Rudd.

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La historia se centra en Miles, un creativo de una agencia publicitaria que está atascado en su vida: su matrimonio es un vaivén de discusiones y desayunos aburridos, su trabajo le obliga a coexistir con pelotas y tiburones y, en definitiva, no se siente contento con la mediocridad en la que vive. Un día, un compañero de trabajo le pasa la dirección de un spa que te cambia la vida. Decide ir y, una vez allí, descubre que en ese spa han creado un clon de sí mismo, pero mejor en todos los sentidos: más sensible, en mejor forma física, más creativo...

No ahondaremos más en los detalles (todo esto pasa en el primero de los 8 episodios de la serie, de unos 20 minutos cada uno), pero a partir de ahí comienza una serie de situaciones de enredo en las que Miles y su clon intentan esconder su secreto ante su mujer (Aisling Bea) y sus compañeros de trabajo. Pero, como era de esperar, tanto el original como el clon comienzan a competir también por el amor de su mujer y por quedarse con un lado exitoso de su vida del que hasta ahora no se había dado cuenta el protagonista.

Ese es el leit motiv y la moraleja que nos quiere hacer llegar la serie: hasta las existencias más aparentemente mediocres pueden tener una faceta envidiable si sabemos mirar. O, dicho de otra forma, el césped siempre es más verde en el patio del vecino. Aunque hay algunos tramos dramáticos, lo que prima es la comedia, a lo que ayuda enormemente un Paul Rudd (el protagonista de Ant-Man, ¿lo recordáis?) muy entregado a su faceta "encantadora". Y, desde luego, hay que reconocer que es enormemente convincente ver interactuar al actor consigo mismo, incluso en algún plano en el que uno se pone delante del otro, se pasan objetos... Hay que quitarse el sombrero ante la labor de raccord (es decir, velar por la continuidad) y el montaje en general, para que realmente llegamos a creer que hay dos personas idénticas ante nosotros.

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Por desgracia, ese potencial que insinúan los momentos de "Paul Rudd por duplicado" y la surrealista presentación del spa en el primer episodio no acaban de eclosionar en el resto de la serie, que podría haber ofrecido bastantes más momentos cómicos e incluso absurdos, pero parece quedarse corta en esa faceta, quizá por un problema de presupuesto. Además, la narración tira mucho del recurso de volver atrás en el tiempo para explicar los mismos acontecimientos desde la perspectiva de otro personaje. Eso puede resultar interesante en un capítulo suelto, pero aprovechado de manera constante hace que el avance de la historia se entorpezca demasiado y no se acabe avanzando tanto como se debería en ocho capítulos.

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Ya existían narraciones parecidas a esta (cómo olvidar Mis dobles, mi mujer y yo con un graciosísimo Michael Keaton) y en ellas la constante suele ser un "verás como ahora entre el otro, la confusión que va a generar" y aquí apenas se ve la punta del iceberg en ese sentido. Lo mismo sucede con los personajes secundarios. Se nota que Jonathan Dayton y Valerie Faris (ambos, directores de Pequeña Miss Sunshine) querían presentar unos acompañantes que rayaran en lo surrealista, pero solo se usan en momentos muy concretos y, como espectadores, nos quedamos con ganas de verlos más.

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A pesar de todo, la ligereza de los episodios y los momentos con el protagonista y su clon (por cierto, doblados en castellano por Claudio "Batman" Serrano, la voz habitual de Paul Rudd) hacen que la serie se vea sin volverse pesada y hay algunos mensajes interesantes detrás de la historia, pero es inevitable pensar que el conjunto se ha quedado a medio gas. Al menos, os dejará con muchas ganas de ir a cenar a Friday's. Ya veréis por qué.

VALORACIÓN:

Una simpática producción que juega por duplicado con el encanto de Paul Rudd, aunque no acaba de desatar todo su potencial.

LO MEJOR:

Los momentos en que el protagonista interactúa consigo mismo y otros pequeños tramos más alocados.

LO PEOR:

No acaba de soltarse la melena todo lo que debería y se apoya demasiado en repetir acontecimientos desde dos perspectivas.
Hobby

73

Bueno

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Etiquetas: Netflix