Crítica de Golpe de suerte: Woody Allen vuelve a lanzar una moneda al aire

Como esto va de encomendarse a los hados, vamos a analizar Golpe de suerte (Coup de chance) desde una perspectiva numérica. Con esta película de 93 minutos, el cineasta Woody Allen rompe su hiato de 3 años sin dirigir un largometraje. Se trata de su película número 50 y lo convierte en uno de los directores más longevos, con 87 años cumplidos, en activo.

Tiene un especial interés porque es bastante superior a trabajos previos como Café Society, Wonder Wheel y Rifkin's Festival, en las que parecía haber perdido un poco su chispa. En esta ocasión ha rodado en Francia, en francés y con un elenco galo que abraza el reto de encarnar los enredos del libreto con solvencia.

Como elemento continuista, la fotografía de Vittorio Storaro, que además en esta ocasión le sienta especialmente bien al otoño parisino y a los decorados en los que se desarrolla la historia: a medio camino entre la naturaleza urbana en exteriores e interiores muy distintos entre sí, con amplios y sofisticados entornos a veces y pequeños, íntimos y coquetos rincones.

Golpe de suerte nos presenta a Fanny, una joven rebelde que ejerce como marchante en una exclusiva galería de arte cuando, por casualidad, se topa con un antiguo compañero de la universidad.

Alain, con una vida mucho menos acomodada y dedicado a su sueño de escribir una novela, pronto le confiesa haber estado secretamente enamorado de ella desde siempre pero ella está casada con un hombre influyente y bastante celoso que pronto encuentra su comportamiento sospechoso.

Fanny es algo torpe ocultando sus encuentros con Alain, que se convierte en su amante, lo que desata una serie de acontecimientos que se saldarán con un brutal crimen.

¿Hay un terreno en el que Woody Allen se sienta más cómodo que en el de los triángulos amorosos? Lo que está claro es que la suerte ha sido uno de los temas recurrente en su filmografía, sobre todo en la película que todo el mundo tendrá en mente: Match Point, uno de sus trabajos más contundentes, redondos y celebrados.

Aquí no hace gala de tanto erotismo, sino que invierte más energía en mostrar la desigualdad de los mundos en los que habitan Fanny y Alain. El casting es de lo más apropiado, con intérpretes poco conocidos aquí, pero que habitan sus personajes con naturalidad.

La trama además se desenvuelve con algo menos de soltura, con claras deficiencias en la parte criminal, mucho menos creíble que el resto de la narración, si bien las reacciones de la protagonista al devenir de los acontecimientos son el gran enganche con el espectador hasta llegar a una resolución sorprendente.

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Es una de esas películas en clave de comedia negra que te deja un buen sabor de boca y que sabe exprimir a sus personajes secundarios (impagable las réplicas de Valerie Lemercier), pero que también deja sensación de dejà vu extraña. Nos contó una historia similar pero mejor construida, más siniestra y con secuencias memorables en todos los sentidos.

No es obstáculo para disfrutar de Golpe de suerte, pero definitivamente es un triste recordatorio  de que el mejor Woody Allen se nos ha ido difuminando: ese que era capaz de hacernos morir de risa, derretirnos en la butaca o sorprender con más de un revés inesperado. A la trama le falta pegada y constancia en el ritmo.

El cambio de aires, de escenarios, de equipos, le ha sentado bien a este exiliado Allen, pero necesita una historia original y más sólida para recordarnos el gran cineasta que es: el de Zelig, Manhattan, Annie Hall, Desmontando a Harry o Midnight in Paris. Ojalá vuelva a introducir su clásico humor metalingüístico en sus películas y a hacer los diálogos brillar con su ingenio.