Crítica de El imperio de la luz, la nueva película de Sam Mendes con Olivia Colman y Toby Jones

Crítica de El imperio de la luz, la nueva película de Sam Mendes tras el rotundo éxito de 1917, esta vez con Olivia Colman, Micheal Ward, Colin Firth y Toby Jones. Estreno el 31 de marzo.
Cuando pensamos en Sam Mendes, irremediablemente se nos viene a la mente su última película, la obra magna 1917 en la que nos deleitó con un verdadero recital de magnífico cine. El imperio de la luz es una película muy distinta por toda clase de motivos: no se parece en nada a nivel estilístico, opta por una historia mucho más compleja y es también más coral, aunque haya una protagonista.
El gran problema de la película es que utiliza como telón de fondo el mundo de la exhibición del cine haciendo un homenaje a las salas, donde efectivamente se lleva a cabo ese acto de catarsis colectiva que supone evadirse por medio de la luz.
En este sentido, el rol de Toby Jones como proyeccionista es quien eleva el mensaje de esa faceta artesana de empalmar los rollos de película y engañar a los espectadores gracias a la persistencia retiniana. También vehicula el profundo amor de Mendes por el cine de la vieja escuela, las estrellas del star system y la magia que destilaban algunos nombres propios: ese carisma tan especial y único.
Sin embargo, toda este engranaje queda como decimos en un segundo plano para hablar de muchas otras cosas, también con una mirada desencantada y triste... la luz, ya como metáfora de esperanza, la trae el celuloide.
Personajes a la deriva
La protagonista de El imperio de la luz es una excelente (como siempre) Olivia Colman que da vida a Hilary. Se trata de una mujer solitaria que trabaja como encargada en un cine que tiene en propiedad Donald Ellis (Colin Firth).
Ella ha pasado por una reciente crisis personal y está tratando de rehacer su vida, cuando irrumpe alguien nuevo en escena: Stephen (Micheal Ward). Él es un hombre joven, apuesto y moderno, así que pronto se hace con el favor de todos sus compañeros y con la atención de Hillary que siente una atracción inmediata hacia él.
Juntos descubren que pueden ayudarse, disfrutar de su compañía mutua y ser justo lo que ambos necesitan para superar esa etapa concreta de sus vidas, pero las cosas se complican cuando Hillary tiene un brote y pierde la estabilidad emocional. A eso se une un estallido de violencia callejera que pone a Stephen en peligro solo por el color de su piel.

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¿Demasiados ingredientes en la coctelera?
El difícil definir El imperio de la luz: hay en ella una nada desdeñable carga de emotividad relacionada con lo que nos inspira el cine, vivir las vidas de otros e incluso la propia experiencia de sentarte en una sala de cine y adorar todo lo que en ella hay de bueno y de malo. Desde el crujir de las palomitas hasta la gozosa sensación de alcanzar otros mundos desde el sillón aterciopelado.
Esto lo han hecho recientemente películas como Babylon o Los Fabelman consiguiendo también algunos de los momentos álgidos de sus respectivos metrajes, la primera tirando de histrionismo y la segunda de autobiografía. Pero aquí además hay otros discursos que se lanzan en paralelo y que terminan haciendo que la historia sea algo farragosa.
Se habla de la salud mental y del estigma social en el que puede llegar a convertirse, haciendo a las personas vulnerables y permeables a cierto nivel de maltrato pero también de la dificultad para recuperarse y de la importancia de tener una red de relaciones estable que ayude a reequilibrarse.

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A esto se unen otros condicionantes como la edad de la protagonista: una mujer que ya no es joven ni quizás tan atractiva como antes, pero no por ello tiene menos ganas de vivir y menos derecho a desear amar y ser amada. Y no menos importante es la xenofobia, aunque es un tema en el que se trata de forma más tangencial.
Respecto al apartado técnico, la fotografía de Roger Deakins es delicada pero expresiva (recordemos que fue la única nominación a los Óscar que rascó El imperio de la luz) mientras que la música de Trent Reznor y Atticus Ross sabe acompañar cada tramo de la historia.
El pecado de Mendes es querer abarcar demasiado: las dos horas de metraje de la cinta y la yuxtaposición de temas tan dispares no le sienta bien al conjunto, si bien hay secuencias que son para enmarcar, como el ataque de euforia del personaje de Colman.
No es el mejor trabajo de Mendes, deja un poso implacable de melancolía, pero ¡hay que verla en pantalla grande!
VALORACIÓN:
Algo insatisfactoria en su desarrollo por la tendencia a aglutinar demasiadas ideas, El imperio de la luz encuentra su mejor baza en el trabajo de Olivia Colman y su homenaje a las salas de cine.LO MEJOR:
El trabajo interpretativo de Olivia Colman y la defensa a ultranza de la experiencia cinematográfica en salas de cine.LO PEOR:
Es una película en la que se mezclan demasiados temas variopintos que casan entre sí regular: los problemas derivan del caótico guión.58
RegularDescubre más sobre Raquel Hernández Luján, autor/a de este artículo.
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