Crítica de Mentiras Pasajeras: el sello Almodóvar llega a las series de SkyShowtime

En medio de una pomposidad casi masticable, Lucía se despide de su pareja y sus hijos para comenzar el día recibiendo su definitivo ascenso a Directora General de la empresa de cirugía estética para la que trabaja. Una vida de ensueño que está a punto de complicarse. Y mucho.

Agustín y Pedro Almodóvar firman la producción de Mentiras Pasajeras, la nueva serie de comedia española de SkyShowtime. Con guion de Nerea Castro y Pol Cortecans, la serie se estrena el mismo día que publicamos estas líneas con su primer episodio de 30 minutos de duración.

Un servidor es un férreo defensor de la distribución semanal de episodios; este no es el caso. Su duración y ligereza son dos de sus puntos fuertes y, liberados semana por semana, podrán provocar una pérdida de interés mucho más pronunciada.

La dirección de sus ocho episodios corre a cargo de Félix Sabroso (La que se avecina y Veneno) y la propia Nerea Castro, además de Nerea Font. Una serie de comedia en la que el humor, paradójicamente, va a ser su faceta menos interesante.

Desde su cartel, en una composición retro dominada por el rojo y el cian, más cercano al «whodunit» y la comedia negra; hasta su creativa y disonante cabecera en homenaje a La piel que habito en la que el sello Almodóvar queda patente, nos quedaremos más por su trama y el trabajo artístico que por las risas.

Una entretenida mentira

Lucía (Elena Anaya, de Wonder Woman) tiene la vida con la que soñaría cualquier cliente de Zara: un trabajo motivador, una casa de revista y una familia de anuncio de dentífrico. Su pareja, Basilio (Hugo Silva, de Pollos sin cabeza), es un «one hit wonder» de la literatura; su único éxito se publicó hace 20 años, pero está inmerso en su siguiente gran libro. Como los últimos 20 años, vaya.

Lo que no se esperaba Lucía era tropezar en el último escalón. Su ascenso a Directora General de la empresa se convierte en un despido fulminante y una acusación por espionaje industrial. A Basilio se le atraganta la publicación de la novela. Y las Mentiras Pasajeras empiezan a protagonizar la serie.

Con Santi (Quim Gutiérrez, de El cuerpo en llamas) como principal enemigo, que parece haber preparado todo para hacerse con su puesto, y Maite (Pilar Castro, de Cerdita) como mejor amiga y cómplice de Lucía, empezará una carrera por demostrar su inocencia que linda virtuosamente con la exageración absurda sin caer nunca en ella.

Los personajes femeninos, a los que sumamos el de la hipnótica y casi petulante suegra de Lucía, interpretada por Susi Sánchez, la disruptiva prima con María León, y el de María Botto, la expareja de Basilio, son la base estructural de la trama.

Y es que sus intérpretes son, de hecho, el gran valor de Mentiras Pasajeras. No han sido suficientes las veces que la serie ha conseguido arrancarme una sonrisa, pero he tenido que devorar sus capítulos por puro morbo y curiosidad.

No tiene una historia llena de resoluciones inesperadas; es más bien lo contrario. Pero el carisma de sus personajes, sumado a una precaución de lo más inteligente para no caer en el exceso de subtramas, hace el resto para que nos mantengamos enganchados hasta el final.

El piloto es, de hecho, su nota menos atractiva. La serie comienza a adquirir fuelle cuando la genial Pilar Castro se cruza en una simple, pero efectiva contradicción (ojo, spoilers): encariñarse del enemigo acérrimo de Lucía.

Todo lo que suena a básico en la serie se desarrolla con esa gracia natural que huele a Almodóvar, pero son la ya nombrada Pilar Castro y el talento genuino de Hugo Silva los que nos saquen las pocas sonrisas comprometidas con el género firmado.

Sin tabúes para la sexualidad, comprometida con la actualidad y con un pseudoalegato por la autoestima, su limitación y su virtud están en su inteligente sencillez. Con sus licencias narrativas y un clímax demasiado conformista, ni puede ni pretende ser más de lo escrito.

Mentiras Pasajeras es, valga más que nunca la redundancia, otra mentira pasajera. Una comedia que no lo es, enmascarando una entretenida, bien diseñada y cómoda historia sobre la venganza, las expectativas y las apariencias, sin que ninguna de ellas se convierta en un propósito grandilocuente.

La sencillez es un aval complicado. Dotado de ironía y estilo, puede ser un arma que, por roma que parezca, todavía puede hacer sangrar. No derramaremos lágrimas, ni teñiremos de rojo el sofá, ni nos dolerán las costillas de reír; pero ahí estaremos, sentados y viendo otro capítulo.