La eclosión de las plataformas de streaming de contenidos y su consumo masivo dicen haber puesto en jaque la producción cinematográfica, generando debate en torno a su capacidad como revulsivas o destructoras de todo lo que la industria había construido a lo largo de la historia. Netflix lidera la carrera por el trono y su valor bursátil la confirma como la mayor compañía de entretenimiento del mundo, pero la plataforma sigue creciendo y expandiendo las fronteras de sus producciones a nuevos países que, de otra forma, jamás habrían optado a una ventana de explotación tan absoluta. Que se lo digan a La Casa de Papel y su tercera temporada.

Desde la tierra de la samba y la alegría nos llega la última entrega original de Netflix: ¡Samantha!, una producción brasileña creada por Felipe Braga en la que nos subiremos al carro de la sátira estrafalaria en clave de comedia, protagonizada por Emanuelle Araújo y Douglas Silva (Ciudad de Dios). La temporada 1 de ¡Samantha! ya está disponible en la plataforma, así que puedes ir preparando una maratón para conocer a la estrella infantil que sólo Paquita Salas podría redescubrir.

El precio de la infancia

¡Samantha! es el nombre de nuestra protagonista: una estrella infantil que se convirtió en el icono de toda una generación de brasileños gracias a sus canciones y su propio programa de televisión. Una niña arrogante, destructiva y particularmente altanera producto de un éxito pasajero que terminaría convirtiéndola en historia. Historia de la televisión e historia del fracaso, puesto que cuando la inocencia simulada de una niñez repleta de lujos y concesiones dio paso a la vida adulta, todos sus fans y espectadores ya se habían olvidado de ella. Estrellas infantiles estrelladas; un cuento que todos conocemos.

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La premisa de la nueva serie de Netflix podría apuntar a un drama con el que acariciar la cara más cruel del negocio del espectáculo, el ascenso y caída de una figura infantil privada de la inocencia al servicio del interés comercial... o podría recoger la esencia de dichas características ya manidas para levantar una sátira al show business en clave de comedia.

Arrancamos en un mundo de algodón de azúcar multicolor, presentando el carácter de una pequeña Samantha a la que regresaremos a lo largo de los siete capítulos de la primera temporada a modo de flashback para incidir en las consecuencias de su pasado estrellado por la televisión. Una vez haya terminado la ronda de saludos, Emanuelle Araújo, la gran protagonista en su versión adulta, irrumpirá como un cañón de energía en la pantalla: su histrionismo es la piedra angular sobre la que los creadores de la serie orbitarán el ritmo y el gancho del personaje.

Por otro lado, tendremos a Dodói (Douglas Silva), un ex-futbolista recién salido de la cárcel por motivos que nunca llegan a explicarnos —ni falta que hace— y que es el actual marido de Samantha. Su salida de prisión es todo un fenómeno mediático de esos programas con títulos cítricos que inundan algunas parrillas televisivas y es el punto de partida para que ¡Samantha! (con exclamaciones incluidas) recupere la gloria perdida en una aventura estrambótica por el tuétano del show business.

Ella es la imagen de la despiadada industria del entretenimiento. Quiere ser famosa; necesita serlo y, por el camino, hará gala de la falta de escrúpulos de rigor para poder escalar en un mundo en el que solo importa la fama. Un mundo en el que, de hecho, ser famoso ya es un trabajo en sí mismo, como nos demostrarán en uno de sus capítulos más divertidos. Despierta una ternura inexplicable, quizás por la parte que le toca como juguete roto o quizás por su relación con sus hijos. Sea como fuere, Samantha es detestable y reúne todas las características del personaje trepa, interesado y calculador, pero tiene suficiente carisma para que no queramos apartar la mirada.

Al contrario que en el programa infantil que la catapultó al éxito, no todo podía ser de color de rosa en la serie de comedia de Netflix. Apenas contaremos carcajadas en su primera temporada, por muy interesante y rítmica que sea la evolución de la serie. Siendo la comedia el género sobre el que se sustenta, ¡Samantha! puede alejarse de su propósito al traspasar fronteras, es decir, cuando su objetivo es levantar las risas de los espectadores no brasileños. La fuerza queda, por tanto, en el interés que despierte su protagonista y la evolución de su singular regreso a la cumbre televisiva; una capacidad dirigida a un público nicho que podría encontrar en ella un buen pasatiempo cuando la fórmula de Paquita Salasse haya agotado.

La duración de los capítulos, a razón de treinta minutos de media, y el ritmo incesante de cada uno de ellos hacen de ¡Samantha! una serie digerible para cualquiera. Sus tramas son tratadas con sencillez y criterio, rescatando las fórmulas más polémicas de la televisión actual y también los vicios de una sociedad obsesionada con la información (o desinformación) en pantallas. Desde los típicos programas de talentos y su énfasis en la destrucción del individuo, hasta los realities, tan alienados como sus propios protagonistas; tendremos una retahíla de capítulos prácticamente autoconclusivos en los que lanzarán dardos a esta perversión social a la que parecen habernos llevado el chismorreo y las redes sociales.

Por si fuera poco, hay un motivo no tan subrepticio por el que fluye el cauce de esta crítica social y que viene impreso desde su propia premisa: la niñez. En todos y cada uno de los capítulos, tendremos una influencia directa o indirectamente asociada a la infancia de Samantha o a la de sus dos hijos, que componen la parte más tierna de la ficción. La libertad, la identidad, la relación paternofilial, los sueños, el éxito y el fracaso. Todos tendrán pequeños coletazos en la serie, especialmente en la gestión de los dos últimos.

Uno de los riesgos de esta temática es que la sátira caiga en una profundidad que termine aburriendo a las ovejas, restando comicidad a las disparatadas situaciones que vivirán sus protagonistas. Afortunadamente, este no es el caso, y ese es otro de sus grandes aciertos: una ligereza promediada con exactitud que nos permite observar intenciones realmente interesantes ocultas tras un telón de modernidad y extravagancia descabellada.

¡Samantha! es más divertida que graciosa, pero las actuaciones, especialmente en el caso de su protagonista, Emanuelle Araújo; la excentricidad de sus personajes y el ritmo con el que acompañan a cada capítulo hacen de ella un producto idóneo para disfrutar de una sola tacada. Es reflexiva en la medida justa, explora temas de cotidianidad juvenil y tiene el encanto suficiente como para atraparnos antes de que podamos evitar que se reproduzca el siguiente capítulo. No es para todos, ni mucho menos, aunque aquellos que busquen entretenimiento ligero encontrarán en ella una razón más para decir que Netflix sigue revitalizando la industria.