Crítica de Teresa, el nuevo trabajo de Paula Ortiz con una Blanca Portillo y un Asier Etxeandia superlativos

La guionista y directora Paula Ortiz (La novia) regresa por la puerta grande adaptando un texto dramático alucinante de Juan Mayorga: La lengua en pedazos inspirado a su vez en El libro de la vida de Teresa de Jesús, que le valió al dramaturgo el Premio Nacional de Literatura Dramática. Teresa es una obra muy discursiva y dialéctica que encuentra aquí un acompañamiento estético muy potente.

Todas las decisiones artísticas que rodean esta película son, como poco, interesantes, desde la relación de aspecto de la imagen que nos lleva a un formato casi cuadrado, hasta la textura de la imagen, la cualidad onírica y fantasmagórica de ciertos pasajes y su contraste con la cruda realidad: la de una mujer frente a un inquisidor.

El delirio del tacto de Dios

Teresa nos desplaza a la cocina del convento de San José, primera de las fundaciones de Teresa, donde recibe una inesperada visita que va a poner su vida patas arriba.

Sus dudas, sus pensamientos, su contacto directo con Dios, sus éxtasis y sus particulares maneras de comprender su fe, han levantado las alarmas de la Inquisición, que envía un emisario a desmantelar su obra.

Los textos de Teresa y sus intenciones mismas pueden provocar una escisión en la Iglesia lo que la convierte en una figura no solo subversiva sino peligrosa. Ella se abre en canal para mostrar sus dudas y sus momentos de certeza introduciéndonos en un mundo en el que el pasado y el presente se tocan y confluyen todas las facetas de una mujer poliédrica, contradictoria, manipuladora e imaginativa.

La paradoja de la reclusión para alcanzar la libertad

Como decíamos al comienzo de este texto, Teresa se caracteriza por su tensión dialéctica. Durante casi la totalidad del metraje asistimos a un tira y afloja entre dos personajes que a veces se hacen inmensos y otras muy pequeñitos el uno frente al otro.

Es un juego de contradicciones, de luces y sombras, de espejos, si se quiere, metáfora visual que aparece tal cual en el metraje, que nos incita a pensar y plantearnos posiciones muy distintas respecto a la forma en la que viven la fe los dos personajes: uno desde la depuración del dogma, otra desde la duda y la zozobra... desde la poesía y el enamoramiento.

Se pasa del susurro al grito, de la contundencia al temblor, de la oscuridad más absoluta al estallido de luz y viceversa en un laberinto de sensaciones.

En verdad nadie mejor que Paula Ortiz para plasmar este contraste en pantalla: abandona paulatinamente los códigos realistas del lenguaje cinematográfico para llevarnos al pasado en secuencias oníricas de una gran potencia estética y del mismo modo enriquece un texto de por sí intrincado y lírico con imágenes de una gran belleza que oscilan entre lo terrorífico y lo ideal, según la ocasión.

Para que todo esto funcione como debe es esencial y prioritario que los dos intérpretes principales estén a la altura del reto. Tanto Blanca Portillo como Asier Etxeandia realizan un trabajo formidable declamando sus frases con todo el sentimiento y el sentido necesarios para darle complejidad y empaque a sus palabras.

Diríase que es un duelo interpretativo de no ser por el hecho de que resulta mas bien una colaboración perfecta: sus discursos e intenciones como personajes están enfrentados; sus actuaciones son una coreografía en la que uno baila con su cuerpo y sus palabras alrededor del otro para comprenderlo, atraparlo o enfrentarse al abismo de la fe, de por si algo inaprensible. 

Menos acertados resultan los fichajes de los personajes secundarios de Teresa, que aparecen de forma muy residual y desdibujada y apenas impactan en el corazón de la historia que es ese dialectismo entre los dos protagonistas.

Teresa de Jesús, reina de las paradojas, de los dobles sentidos y de los raptos místicos se explora desde muchos prismas y se resiste a día de hoy a ser encorsetada en una etiqueta. Es una figura que nos sigue retando a través de sus escritos y sus obras y encuentra en esta película un nuevo ecoa través del cual seguir resonando.

Aviso a navegantes, estamos ante una gran película de cine pero que no agradará a todo el mundo: puede resultar excesivamente teatral, densa por la complejidad de los discursos y la velocidad a la que se producen los lances y, sobre todo, recargada cuando vira al fantástico. Son las señas de identidad de un cine español poco transitado y muy disfrutable cuando se hace así de bien.