El prolífico director catalán Daniel Calparsoro, artífice de El silencio de la ciudad blanca, Centauro o Hasta el cielo, se interna en un nuevo thriller con Todos los nombres de Dios, una de sus propuestas más exportables hasta la fecha, que arranca con un atentado yihadista para explorar cómo una experiencia tan extrema puede cambiar completamente la visión de la vida de una persona corriente.

No tiene pinta de que sea baladí el estreno en la misma semana en la que coincide la onomástica funesta del 11-S aunque lo narrado nos lleve más a revivir nuestro propio infierno interno: los atentados del 11-M perpetrados en el corazón de Madrid.

Todos los nombres de Dios cuenta con un guión escrito por Gemma Ventura (53 días de invierno) que juega en un principio al despiste para ir después desgranando la historia en un terreno que aúna drama íntimo y tensión narrativa. 

Santiago es un hombre destrozado por la tristeza y ejerce de taxista en una ciudad de Madrid que nunca duerme. Tras un largo servicio nocturno, se decide a hacer una última carrera antes de regresar a casa. Pero, justo en el momento en el que deja a su pasajera en Barajas estallan varias bombas en la Terminal 4. Se desencadena el caos.

Con el ánimo de ayudar, Santi recoge a un joven malherido, pero cuando se dispone a llevarlo al hospital descubre que es el único superviviente de los terroristas que se han inmolado.

Un brutal giro de los acontecimientos hará que termine convertido él mismo en una bomba humana, recorriendo la Gran Vía con un artefacto prendido en su cuerpo.

Los servicios de emergencias, artificieros y el cuerpo de la Guardia Civil unirán fuerzas incluso con los medios de comunicación para tratar de evitar males mayores mientras el ideólogo del atentado trata de detonar esta última bomba.

¿Cuántos nombres tiene Dios?

Todos los nombres de Dios toma su nombre de un rito musulmán: para esta comunidad de creyentes, Dios tiene 99 en total, que repasan como si fuera un mantra mientras pasan las cuentas de collares que se asemejan a los rosarios católicos.

En el corazón de la historia lo que late no es, no obstante, un conflicto de creencias religiosas sino más bien el drama de dos familias rotas. La de Santiago por el duelo y la del terrorista, Hamza, por haber sido captado por la red terrorista para espanto de su madre y su hermana.

En ambos casos, la comunicación con ellos forja dos ejes externos al conflicto principal (la desactivación de la bomba antes de que el detonador la haga estallar por los aires) que contribuyen a crear tanto paralelismos como una tensión adicional.

Buen trabajo el del reparto de secundarios encabezado por Farah Hamed y Fátima-Zohra Mohamed y Patricia Vico y Lucas Nabor, ejes emocionales. Aunque quien sobresale es Nourdin Batan, a quien habíamos visto previamente en la extraordinaria La unidad.sobre todo por lo bien que empasta con un inspirado Luis Tosar, pimienta de todas las salsas e imán para la audiencia.

Menos compacto resulta el apartado de las fuerzas de seguridad. Si bien Inma Cuesta le imprime a su papel de comandante de la Guardia Civil un gran aplomo, todo lo que la rodea parece demasiado teatral y artificial. "Americanizado", si se nos permite el término.

El otro gran problema de la película es la medición de los tiempos. Si bien es de lo más entretenida y tiene varios giros en su desarrollo que sorprenden, Todos los nombres de Dios carece del pulso desbordante que suele caracterizar a las películas de Calparsoro.

En parte, obra en su contra la banda sonora, demasiado plana, y en parte, se percibe algún que otro fallo en el montaje además de que el libreto exige saltos de fe por parte de la audiencia: hay fuertes inconsistencias de guión. 

Sea como fuere, Calparsoro también consigue algo que no es tan habitual en sus películas como es poner el foco en el drama humano, sacrificando en ocasiones la espectacularidad de la puesta en escena. Al espectador se le grabará en la retina el desfile de escoltas por la cortada Gran Vía, pero donde se crece la película es en las secuencias como la del baño, mucho más recogida e íntima.

Lo mejor de la película, más allá de todo eso, es que es una propuesta conciliadora que no busca hurgar en las heridas del pasado sino, acaso, ofrecer una mirada un poco más profunda que traspase los esquematismos de los personajes heredados de la profusa retahíla de narraciones norteamericanas sobre el tema. Se queda con el contenedor, pero arroja fuera el contenido y lo lleva a su terreno.