Crítica de Vidas pasadas, una cinta dramática sobre las decisiones que marcan nuestra existencia

En apariencia, Vidas pasadas (Past Lives), es película dramática sencilla, asentada en unos cuantos personajes alrededor de los que discurre una historia a lo largo del tiempo, pero ojo, que esa es solo la superficie.

A poco que se empiece a rascar aparecen muchos temas transversales que aparecen para hacernos pensar en nuestras propias vidas y nos pemiten empatizar con ellos de una forma muy íntima.

Se trata de una película muy humana, escrita y dirigida por la cineasta coreano-canadiense Celine Song, que hurga como pocas en conceptos como la emigración no forzosa, la identidad y el amor entendido como algo más que un hecho físico. Dicen que hay que escribir acerca de lo que uno conoce y ha experimentado en sus carnes y aquí se constata que hay mucho de su propia biografía.

Después de haberse hecho cargo de los ocho episodios de la primera temporada de La rueda del tiempo, Song debuta en el largometraje con Vidas pasadas... y hay que decir que es una puesta de largo bien contundante a varios niveles: en lo referente a la historia en sí misma, en lo relativo a la dirección de actores y también por la disección que hace de los personajes.

Días de un futuro pasado

Nora y Jung Hae Sung se criaron juntos en Corea siendo amigos íntimos y compañeros de clase, siempre compitiendo el uno con el otro para sacar las mejores notas. A los diez años, Nora emigra a Canadá antes de trasladarse a Manhattan donde establace su residencia definitiva para prosperar como dramaturga. 

Siendo ya ambos adultos, se buscan vía Internet y vuelven a contactar de forma online. La conexión es increíble: ella de alguna forma vuelva a sentirse como cuando era niña, en contacto con su cultura y sus orígenes y a su vez tienen una complicidad inmediata, como si nunca se hubieran separado.

Pronto se obsesionan con la idea de estar juntos, pero están separados por muchos kilómetros y ambos tienen sus propios planes que dificultan que vuelvan a verse. El tiempo sigue pasando, sus decisiones vitales los llevan por caminos cada vez más alejados, pero quizás, la providencia, consiga reunirlos por última vez.

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Vidas pasadas es una película sustentada en un reparto sensacional. Hay verdaderas chispas entre los intérpretes Greta Lee y Teo Yoo que hacen no solo que la historia sea creíble sino que cada vez que están cerca el ambienta pueda cortarse con cuchillo y tenedor. Hablan con las miradas y con su lenguaje no verbal tanto o más que con las palabras.

Por otra parte, la puesta en escena es exquisita: nos permite caminar en los zapatos de un turista, pero también de una persona que ha emigrado y ha hecho la ciudad suya, al punto de no haber visitado determinados lugares con ciertas personas a las que considera ya parte de sí misma. 

Emocionalmente es una de esas películas que te arrasan y con las que es muy fácil sintonizar, porque todo el mundo en mayor o menor medida ha vivido algunas de las circunstancias que aquí se describen: querer a alguien y no poder materializar de ningún modo esos sentimientos por el hecho de que no es el momento idóneo, hay otras personas implicadas o el destino no acompaña con sus designios.

Lo que está claro es que Celine Song sabe bien qué resortes tocar para conmover al espectador con la historia de los que podrían ser tres desconocidos charlando en un bar sobre los que empezáramos a elucubrar. La cinta empieza así, de forma casi anecdótica y nos lleva en un viaje hasta su interior que hace que nos quede diáfana la situación, tan desconcertante en su inicio.

Vidas pasadas es, con toda su carga trágica, una película muy hermosa, bellamente filmada y elegante a más no poder; fondo y forma se dan la mano para que la luz conviva con la oscuridad. Hay tantos momentos luminosos y esperanzadores como devastadores y fríos. No va a dejar a nadie indiferente.