Crítica de Sin tregua
David Ayer (Vidas al límite, Sin tregua) firma un thriller policiaco disfrazado de relato parcialmente documental que no deja de ser irregular pero sí suficientemente interesante como para mostrar desde una óptica poco corriente el cuerpo de la policía, con sus luces y sus sombras.
¿Quién vigila a quien nos vigila? ¿Cómo es la vida personal de los policías? ¿Cómo influyen sus relaciones, sus prejuicios, sus sospechas en su trabajo diario?
Éstas son algunas de las preguntas interesantes que se hace esta película que se pierde en ocasiones por vericuetos que añaden poco o ningún contenido pero que serán un potente gancho por su violencia.
Lo que le sobra
Hiperbólica hasta la médula, la película es excesiva e innecesariamente violenta en una escalada paulatina que lleva a un desenlace de lo más truculento. Eso es principalmente lo que sobra en cuanto al contenido.
En cuanto a la forma, el comienzo de la película con una voz en off explicativa abunda en las conclusiones a las que debería llevar el desarrollo de la propia trama, resultando prematura, infantil y lastrando los primeros minutos de la cinta, que tarda un rato en enganchar al espectador.
Y finalmente, lo que le sobra (para bien) es talento para engarzar las imágenes de las diferentes cámaras con las que se trata de mostrar una realidad (siempre amplificada por ese espejo deformante que hace una lectura desmesurada de los casos que se van encontrando), y que le permite a Ayer mostrar puntos de vista inusitados: colgar una minicámara en un rifle, mostrar el capó del coche en el que se refleja el cielo, aportar el punto de vista del propio Taylor (Jake Gyllenhaal), preocupado por grabar casi para comprender lo que sucede en su trabajo.
Lo que le falta
Los propios protagonistas de la cinta van dando una serie de pistas sobre la dureza de su trabajo, el límite de sus competencias, la necesidad de una burocracia que es excesiva pero que se configura casi como riego sanguíneo del cuerpo de la policía... Habría sido interesante que esa parte de falso documental se hubiera explotado más, de modo que lo que le falta a la película es esencialmente mesura.
"Hay policías que no llegan a desenfundar un arma en su vida", dice Taylor. Pues no es su caso, ni ninguno cercano a los que se muestran en la película. El realismo en este sentido brilla por su ausencia, aunque algo hay de veraz en el hecho de que los cuerpos de seguridad (todos) se la juegan a diario.
El otro grave problema es el retrato de los típicos estereotipos de los guetos urbanos por dos razones: por el escaso talento interpretativo de "los malos", que son bastante cutres y porque en ese sentido Sin tregua no añade nada que no hayas visto ya.
Con todo y con eso, Gyllenhaal todavía no ha conseguido realizar un papel que me deje indiferente y tiene la capacidad de construir un personaje muy interesante que va creciendo a lo largo de la película, en gran parte gracias a la relación con su compañero Zabala (Michael Peña), con el que tiene mucha química. Menos interesante resulta su plano personal con una insulsa historia de amor con Anna Kendrick, que al menos regala ciertos planos de una belleza estética peculiar.
VALORACIÓN:
Retratar el cuerpo de la policía sin caer en tópicos, en heroísmos forzados o en disquisiciones políticamente incorrectas, es posible, aunque sea en una película en la que vence la exageración y la desmesura.LO MEJOR:
La química de la pareja de policías que protagoniza la película y la versatilidad de las cámaras.LO PEOR:
El reflejo del submundo del cártel de la droga.70
BuenoDescubre más sobre Raquel Hernández Luján, autor/a de este artículo.
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