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Crítica comiquera de Doctor Strange en el Multiverso de la Locura - Los oscuros sueños de Marvel

Doctor Strange en el multiverso de la locura

Doctor Strange en el Multiverso de la Locura ha llegado a los cines. Sam Raimi ha gestado una obra mayúscula. Marvel Studios lo ha vuelto a hacer. Ha hecho posible lo imposible, real lo irreal.

Cuando estudiaba el Grado de Periodismo en la Universidad de Zaragoza, me enamoré profundamente de Edgar Allan Poe. Recuerdo incluso faltar a unas cuantas clases que sólo tenías que empollar como un loro para vomitar después en un examen que poco o nada tiene que ver con el auténtico aprendizaje.

Estaba obsesionado con el autor estadounidense. Tenía la misma relación con él que él con la locura, pues Poe escribió mucho y muy bien acerca de ella. La relacionó con el hecho de afrontar la realidad con una perspectiva excepcional, una que estaba más cerca de los sueños que de la incuestionable verdad de la existencia.

«La ciencia no nos ha enseñado aún si la locura es o no lo más sublime de la inteligencia», escribió. La ciencia como representación de lo tangible, el reino de lo objetivo; la locura como manifestación del arte o sublimación de los sueños, y la inteligencia como materialización de nuestros límites individuales, las fronteras invisibles.

Si hay alguien en la industria del cine que sepa algo sobre la locura, ese hombre es Sam Raimi. Marvel Studios era perfectamente consciente de a quién estaba contratando para recoger el testigo de Scott Derrickson.

Por eso le ha dado la mayor libertad creativa que se recuerda en el UCM desde, quizás, la primera entrega de Guardianes de la Galaxia. Sin embargo, en esta ocasión, lo ha hecho con personajes titulares de su universo, no con una franquicia desconocida para el gran público.

Doctor Strange en el Multiverso de la Locura llegó ayer a los cines con la sombra de Spider-Man: No Way Home sobrevolando por encima de las butacas, como un cuervo premonitorio de cameos serviciales. Había cierto miedo a que, una vez más, el espectáculo estuviera por encima de la historia. Definitivamente, no ha sido así.

El Multiverso es un abismo tan profundo como la locura que obsesionaba a Edgar Allan Poe; al menos, conceptualmente hablando. Que le pregunten si no a Jonathan Hickman cuántos años estuvo gestándolo, cuántas semillas tuvo que sembrar antes de recoger los frutos de una narrativa profunda, amplia y compleja.

La Fase 4 del UCM lleva preparando la llegada del Multiverso desde la primera piedra que lanzó al camino. La serie de Bruja Escarlata y la Visión —imprescindible para entender el proceso psicológico que atraviesa Wanda Maximoff y su terrible transformación— supuso un reinicio para Marvel en muchos aspectos, particularmente un reinicio tonal.

Estábamos delante de algo nuevo. Los lectores de cómics vimos en aquel inicio un paralelismo histórico con la Casa de las Ideas. Una primera década de asentamiento en la cultura popular y una segunda que se interesaba por aspectos menos superficiales, sin perder de vista los mundos de ficción y el desarrollo previo de los personajes.

Después llegaría Loki, que aventuraría la existencia de un Multiverso que explotaría definitivamente en Spider-Man: No Way Home. Para cuando llegó el turno de Doctor Strange en el Multiverso de la Locura, ya sabíamos —más o menos— cuáles eran las reglas del juego. Estábamos preparados para jugar. Y queríamos hacerlo con todas las cartas sobre la mesa.

Sam Raimi ha cogido la baraja y la ha lanzado al infinito. Se ha divertido como un maldito condenado haciendo esta película, no tenemos ninguna duda. Tanto o más como nos hemos divertido nosotros viéndola, descubriéndola, sintiéndola, sumergiéndonos en la oscuridad que proponía, en toda su belleza y su locura.

Doctor Strange en el Multiverso de la Locura no sólo es una de las mejores películas que ha parido Marvel Studios, también es una de las películas de superhéroes con más autoría de la historia del cine. Es, simultáneamente, una cinta del UCM y una obra de Sam Raimi. Allí dormita precisamente la grandeza de este filme.

Sam Raimi ha sido capaz de gestionar la presentación de una heroína tan potente como América Chávez, evolucionar al personaje de Stephen Strange, dinamitar nuevamente la salud mental de Wanda Maximoff, profundizar en el Multiverso, presentar conceptos que revolucionarán el UCM, añadir cameos, incluir terror y regalarnos una excelente película que habla sobre la pérdida y la aceptación personal.

Como ya hiciera en su día con la gestión emocional del Spider-Man de Tobey Maguire, Doctor Strange en el Multiverso de la Locura ha combinado los momentos de grandeza superheroica con la fantasía propia de los cómics y la significativa dolencia humana de los héroes que transitan estos mundos. No se ha dejado nada por el camino.

Hemos encontrado a un Doctor Strange más nostálgico y triste, más solitario y melancólico. Pero no ha perdido en ningún momento su carácter cínico y su diálogo irónico. Es la primera vez que una película de superhéroes le pregunta a su protagonista si es realmente feliz con su vida

¿Puede ser feliz un superhéroe? ¿Está condenado a la infelicidad un hombre superpoderoso que sólo tiene tiempo para salvar el mundo?

Doctor Strange en el Multiverso de la Locura

Marvel Studios

En ese contexto, la presencia de un alma perdida y extraviada, pero risueña y soñadora, como la de América Chávez sirve de ancla narrativa para darle una misión al Hechicero Supremo mientras rumia en su corazón los despojos de haber perdido al amor de su vida. Parece un día más en la oficina, pero resulta que la oficina está a punto de explotar.

Doctor Strange en el Multiverso de la Locura es, quizás, una de las mejores adaptaciones de las viñetas a la gran pantalla. No sólo por la plasticidad de sus imágenes y la fantasía audiovisual que despliega Sam Raimi, sino también por la forma en la que ha narrado la aventura multiversal y cómo ha gestionado todos los recursos estilísticos.

Hay muchas referencias en este filme; seguramente, más de las que hemos podido contar. Nos quedamos con lo bonito que es saber que nuestro universo tiene el mismo nombre y número que en los cómics, y que lo que está por venir con algunos de los personajes presentados puede ser un nuevo sueño hecho realidad.

Monstruos, variantes, mundos de fantasía, mundos imposibles, oscuridad, la Montaña de Wundagore, los Illuminati, las referencias ocultas y hasta un universo de animación. Doctor Strange en el Multiverso de la Locura no ha dejado nada fuera y ha hecho que todo funcione con precisión milimétrica, sin necesidad de tener un metraje extenso ni perder de vista en la narración.

Stephen Strange queda ahora frente a un horizonte muy esperanzador. La apertura mágica que ha construido Sam Raimi es infinita. La escena postcréditos avanza un seguimiento interesante, de vuelta a las viñetas. Nos encantaría que el cineasta continuara en una futura secuela, pues dudamos que haya otras manos más cualificadas que las suyas para abordar el potencial de las artes místicas en el cine.

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Marvel Studios ha vuelto a hacer posible lo imposible. Ha gestado una obra mayúscula dentro de su universo compartido, pero esta vez lo ha hecho con un sello de autoría superlativo, de la misma forma que ya lo hizo antes Chloé Zhao con Los Eternos. La puerta ha sido definitivamente derribada. Y nosotros queremos seguir entrando por ella.

Puede que la ciencia aún no haya podido demostrar si la locura es la más sublime de las inteligencias. Puede que Edgar Allan Poe no llegara a comprender nunca del todo el mundo en el que vivía, quizás por eso falleció rodeado de misterio y tragedia.

Pero de una cosa estamos completamente seguros: si ésta es la locura que nos tiene preparada Marvel Studios; si ésta es la magia de los sueños que hace real lo irreal… Nosotros, definitivamente, queremos seguir soñando.

«Y en la profunda oscuridad permanecí largo tiempo atónito, temeroso… Soñando sueños que ningún mortal se haya atrevido a soñar jamás».

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