Crítica de La emperatriz rebelde, con una soberbia Vicky Krieps desmontando la versión edulcorada de Sissi

La emperatriz rebelde (Corsage) es, como poco, una exquisita rareza que llega a la cartelera con una magnífica carta de presentación: la nueva película de la guionista y directora austriaca Marie Kreutzer obtuvo el Premio a Mejor Actriz (Vicky Krieps) en Un Certain Regard del Festival de Cannes y representará a Austria en los Oscar compitiendo en la categoría de Mejor Película Internacional. 

La película, de 117 minutos de duración, nos presenta a una Emperatriz Elisabeth muy distanciada de la versión joven que inmortalizó la actriz Romy Schneider en los años 50. Nos situamos en e la Navidad de 1877, momento en el que está a punto de celebrar su cuarenta cumpleaños. 

Esto no le trae ninguna felicidad, sino más bien al contrario: se siente juzgada por la mirada de los demás, ávidos de encontrar en ella signos del decrecimiento de su belleza o el ensanchamiento de sus caderas. Asfixiada por las estrictas normas y con un enorme apetito por aprender y disfrutar de la vida, cada vez se excede más al rebelarse contra tales imposiciones.

Como si buscara la emoción de la juventud perdida y se resistiera al paso del tiempo, prácticamente se mata de hambre sometiéndose a una dieta irrisoria, hace ejercicio a diario y fuma sin parar chocando tanto con su marido como con sus hijos, que sienten que vive fuera de sí.

Liberando a la mujer del corsé

Lo primero que hay que aclarar es que La emperatriz rebelde no narra la historia de Isabel de Baviera (conocida como Lisi, Sisi o Sissi) sino que nos muestra una versión alternativa a la de la realidad en la que la creadora del relato libera a la mujer que cree que habría dentro del icono.

La imagina muy harta de todo, algo en lo que sí coincide con lo que sabemos de ella, arrinconada por la pérdida de muchos seres queridos siendo el duelo de su hija pequeña el más doloroso de todos ellos, alejada de su marido al que se le presuponía una amante y sobre todo, hastiada de su jaula de oro y de mostrar una sumisión incondicional a su envidiada belleza.

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Por lo demás, buena parte de la película es pura invención, incluyendo su final, pero consigue crear una serie de atmósferas que calan en la audiencia gracias a la rotundidad de su mensaje y a la forma en la que están rodadas las secuencias.

La emperatriz rebelde es un tratado sobre las apariencias y el poder de la mirada de los demás hacia uno mismo, algo que asfixia por completo cualquier pretensión de sentirse libre, gozar de la vida o tener aspiraciones personales más allá del deber pero que termina también por ser insdispensable, como parte del oxígeno que respira la persona admirada al punto de someterse por completo.

La cinta cuenta con un portentoso diseño de producción que permite la creación de secuencias bellísimas como la del piano de cola en el patio de entrenamiento de los caballos, la irrupción de las primeras grabaciones de cine mudas o escenas mucho más intimistas con una fotografía cuidada al milímetro. 

Contribuyen al goce del visionado la composición de los planos (algunos de ellos auténticos cuadros para enmarcar) y la banda sonora de Camille con temas como "She Was" de los que te dejan clavado en la butaca y elevan las imágenes a terrenos más etéreos. Y, por descontado, la interpretación principal de Vicky Krieps (El hilo invisible, Tiempo), muy bien acompañada por Katharina Lorenz.

Así pues, La emperatriz rebelde propone dejar de lado al personaje real para mostrar a una mujer fuerte, con ideas propias y necesitada de deshacerse del corsé al que se ve constreñida durante toda su vida.

Hay muchos aspectos liberadores y trágicos en esta historia que roza lo heterodoxo con anacronismos bestiales (¿Sissi haciendo una peineta o sacando la lengua?), pero que también la hacen magnética. La antítesis de las películas de Ernst Marischka: una película hecha por una mujer deconstruyendo a otra mujer.