Crítica de Horror Park, un correcto slasher juvenil ambientado en un parque de atracciones

No podemos quejarnos del arranque del año con un buen puñado de películas de terror que abordan el género en plan tutti frutti: después del estreno de Vive dentro, Vermin y La piscina le toca el turno a Horror Park anteriormente conocida como Horrorland o Karusell en su versión original.

En esta ocasión estamos ante un slasher juvenil de manual con un enmascarado asesino obsesionado con liquidar a todos y cada uno de los integrantes de un grupito de adolescentes que tienen sus propios problemas: dinámicas de poder, amoríos y recuerdos dolorosos.

El punto supuestamente original de la propuesta es el hecho de estar ambientada en un parque de atracciones cerrado al público que convierte a las víctimas en hormiguitas dentro de un recinto enorme que esa persona domina y donde son especialmente vulnerables. Y hay que reconocerle a la película el hecho de saber explotar las posibilidades de un carrusel, una montaña rusa o un pasaje del terror.

Horror Park quiere abordar de paso temas aledaños a la trama principal como son la superación de la pérdida, el sentimiento de culpabilidad y sobre todo las relaciones sanas en una época de la vida siempre conflictiva. Para ser más efectiva en este punto tendría también que evitar saltarse la lógica, porque tiene agujeros de guión insalvables. Con todo, cumple con lo prometido: es entretenida.

Uno de los aspectos más débiles de la película es su arranque, con una secuencia inicial en forma de flashback que nos adelanta que algo que sucedió en el pasado se saldó en tragedia y sirvió de paso como semilla de lo que vamos a ver.

A continuación, un gran contraste: una secuencia pavorosa en la que Simon Sandquist saca músculo para demostrar que puede ser aterrador si quiere. Pronto la sensación se diluye porque el guión cae en la fórmula y nos vemos abocados al clásico juego del gato y el ratón.

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Después de vivir una situación límite en el pasado, Fiona trata de reconducir su vida. Trabaja en un parque de atracciones y le toca guiar a un grupo que ha ganado un concurso para visitarlo durante toda una noche gratis. Lo que no sabe es que se trata de sus antiguos amigos a los que le une un oscuro secreto.

A medida que se desarrolla la noche, empiezan a suceder cosas extrañas: sus compañeros de seguridad y de animación no están presentes y empiezan a ser acechados por una persona que porta una espantosa máscara y les lleva de cabeza al Halloween que quieren olvidar.

Van cayendo uno a uno mientras esa sádica presencia va consumando una elaborada venganza personal y haciéndoles confesar su gran pecado.

Horror Park funciona, pero cae en lo previsible y pecando quizás en el peor de los sentidos cuando pierde la coherencia argumental. La historia es su principal problema porque la actriz principal, Wilma Lidén, lidera el reparto con audacia y se le saca un buen provecho a las localizaciones de rodaje.

Esa especie de paraíso de la diversión que es un parque de atracciones cuando se abre sin restricciones, colas ni cortapisas se transfigura pronto en un infierno al ser una trampa repleta de luces de colores, música estridente y mecanismos potencialmente letales. 

No es la primera ni mucho menos en hacer algo similar, pero está en línea con otras como Hell Fest, por poner un ejemplo, aunque arraigando más en el drama que sirve de marco y menos en la imaginería propia del terror puro y duro. Proporciona un entretenimiento pasajero liviano y digno, aunque podría ser mucho mejor con tan solo unos leves ajustes.