Crítica de El libro de las soluciones, la nueva película de Michel Gondry sobre la furia creativa

Hacer una película es un acto colectivo en el que se dan cita múltiples talentos, pero es también un monumento a la autosatisfacción. Un director de cine es un pequeño dictador que tiene que confiar en sí mismo para llevar el proyecto a buen puerto, porque será su nombre el que reverbere en la historia para bien o para mal.

Michel Gondry (Kidding) lo sabe bien y rinde homenaje a esos genios creativos de pensamiento lateral, que saltan de una idea a otra navegando por sus propias zozobras en El libro de las soluciones.

Se trata de una producción pequeña, con apenas un puñado de intérpretes principales en el que vemos a Pierre Niney (Black Box) convertido en Marc Becker, un cineasta frustrado que tiene que asumir su fracaso cuando los productores ante los que expone su trabajo lo desacreditan.

Lejos de tirar la toalla adopta su plan B, que consiste en huir con el material rodado y terminar el montaje rodeado del equipo que aún cree en su visión. Eso sí, él mismo se niega a ver el material, algo que pretende hacer solo el día del estreno.

Pero cada vez se enreda más en su propia telaraña: escondido en un pequeño pueblecito en el que vive con su tía Denise, su mejor y más paciente consejera, se va embarcando en distintos proyectos que parecen alejarlo de su meta.

De forma adicional abandona su mediación de forma abrupta, así que lo devora la neurosis y termina instalado en un caos permanente. 

En busca de una salida, comienza a escribir El libro de las soluciones, un compendio de consejos prácticos, a veces contradictorios entre sí, que le van a llevar autoafirmarse cuando es preciso y a escuchar a los demás y tenerlos en cuenta como se merecen. Una gran ayuda para afrontar los problemas.

Ordenar las ideas para poner en pie un relato

El libro de las soluciones no es una película perfecta, ¿cuál lo es? Aunque sí logra algo bastante curioso como es convertir al protagonista en un reflejo del propio Gondry. En este sentido es una película, de alguna forma, contagiosa que te lleva a plantearte como espectador si es estrictamente necesario seguir la reglas establecidas para llegar a un objetivo.

Es en buena medida una carta de amor escrita a los rigores de la creación cuando llega como un torrente incontenible hay que darle una forma y un sentido, quizás por puro instinto. Hay mucho de irracional y de intuitivo cuando hablamos de inspiración y Marc Becker se pasa buena parte de la película a doscientas revoluciones pasando de una idea a otra.

Esto hace que el personaje al que interpreta Pierre Niney esté constantemente bailando al borde del abismo: o lo encuentras insufrible o te subes a su montaña rusa de euforia, lucidez y locura.

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 Visualmente es una película sencilla, que no precisa de grandes recursos, pero Gondry no se resiste a meter una pequeña secuencia animada que tiene hasta su traslación al plano real.

En un mundo encorsetado como el nuestro y, en concreto, en el del cine en el que cada decisión va unida a una onerosa partida prespuestaria, encontrar un reducto para la libertad (y hasta la locura) creativa son un activo y no un lastre, El libro de las soluciones acaba siendo una ingeniosa y simpática propuesta.

También irregular, con momentos hilarantes y tiernos y otros mucho menos conseguidos, pero con al menos dos consejos que todos deberíamos adoptar alguna vez como ese de "aprender haciendo". Lo mismo quitarnos los miedos es lo más saludable que podemos hacer para avanzar en la vida. Menos temor al fracaso y más amor por la vida.