Crítica de El páramo, una fábula feroz sobre la necesidad de madurar en un entorno hostil

David Casademunt debuta en el largometraje con El páramo (The Beast) una película que dirige y coescribe junto a Martí Lucas y Fran Menchón. Se trata de una producción a priori sencilla, con pocas localizaciones y personajes y donde manda la ambientación, dado que lo que busca la realización es crear tensión e inquietud.

En ese sentido, las localizaciones de Teruel se transforman en el plató ideal para una historia muy encerrada en sí misma en la que el universo de los personajes va empequeñeciendo a medida que pasa el tiempo.

La película se presentó en la última edición del Festival de Cine de Sitges cosechando críticas positivas y podrá verse a partir del día 6 en la plataforma Netflix.

Diego vive con sus padres en una estepa aislada y cuyos confines han marcado sus progenitores con varios espantapájaros. Estamos en la España del siglo XIX y toda precaución es poca para permanecer al margen de la locura de la guerra.

En su pequeño universo todo es un descubrimiento: Lucía y Salvador quieren que el pequeño aprenda a valerse por sí mismo cuanto antes ya sea amasando el pan, cuidando de los conejos o arreglando la casa. De alguna forma, van valiéndose por sí mismos hasta que descubren que una presencia les acecha. 

Es entonces cuando las lecciones de vida se vuelven más crudas: Diego necesita aprender a utilizar una escopeta y a blandir un cuchillo para defenderse y alimentarse. 

Un buen día, Salvador encuentra a un hombre malherido que muere poco después. Decidido a llevarlo junto a su familia, se ausenta del hogar propiciando que Lucía vaya cayendo paulatinamente en una espiral de depresión y paranoia que la lleva a recluirse con Diego en el interior de la casa. Solos, no tendrán más remedio que defenderse de la bestia que les ha condenado a estar vigilantes.

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Como decíamos al comienzo de esta crítica, El páramo es una película de ambientación y, por sus propias características formales, necesita potentes interpretaciones. Inma Cuesta es una buena elección como intérprete principal y el joven Asier Flores que debutó en Dolor y gloria hace un buen tándem con ella. Roberto Álamo tiene una presencia fugaz, pero solvente.

Más allá del casting, otra de las fortalezas de la película es la banda sonora creada por el tinerfeño Diego Navarro, que le aporta a la cinta la pátina de misterio imprescindible para que va calando en el espectador el desasosiego a medida que pasa el tiempo por los personajes. Se le cuela en las partituras algún que otro ritmo celta de indudable belleza que ilustra los pasajes más costumbristas.

Sin embargo, El páramo también tiene el lastre de arrastrar algunos problemas. Uno de ellos es el de valerse de algunos golpes de efecto que nunca llegan a justificarse, aunque el mayor de todos es que los ardides para mantener el interés se antojan repetitivos lastrando la parte media del metraje, que termina siendo algo pesada.

Sí es cierto que logra desplegar un imaginario que genera mal rollo: desde las canciones populares que retrataban con total normalidad la guerra o la violencia familiar y de género (brutal la letra de la tonadilla de don Federico: "Mató a su mujer, la hizo picadillo y la metió en la sartén") hasta las figuritas de madera, los espantapájaros o el austero modo de vida en la más absoluta soledad.

Como es evidente por lo que sucede, la idea es trasladar la sensación de claustrofobia que tienen los protagonistas, algo que a decir verdad, tras lo que hemos venido viviendo en los últimos años, es doblemente desagradable. Si hay espectadores que aún estén susceptibles con el tema del confinamiento, lo mismo les intimidan un poco algunos pasajes de la película.

Pero al final parece quedar claro que a lo que hay que temerle es a la bestia interior, esa incontenible que se alimenta del miedo y nos transforma en lo que más tememos haciendo que nos encerremos en nosotros mismos y nos obsesionemos al punto de perder la cordura y por en peligro a quienes sobreprotegemos.

Es la misma enseñanza que nos aportó el corto que precedía a Encanto, titulado Far from the tree aunque en tono completamente distinto que nada tiene que ver con esta de fábula de terror.