Crítica de Sangre en los labios, thriller erótico lejos de las expectativas generadas

Nueva producción de A24 a la vista, con Kristen Stewart como principal reclamo comercial. Rose Glass, la directora que sorprendió con Saint Maud, regresa a la gran pantalla con Sangre en los labios, una película difícil de definir que, de hecho, tiene serias dificultades para desarrollar una historia que quiere ser muy macarra, pero no termina de arrancar hasta su desenlace.

Si bien es cierto que es bastante original en su planteamiento, que adopta la forma de thriller erótico con un romance de alto voltaje sexual entre dos mujeres muy distintas entre sí, pronto se transforma en un relato en el que se siembran muchos ingredientes que nunca se terminan de explotar.

Se van enhebrando distintas ideas como el tormentoso pasado de la protagonista, el carácter mafioso y malvado de su padre o sus ilícitos negocios de tráfico de armas que se entrelazan con varias historias de amor tóxico con puntuales retales de humor extremo que funcionan regular.

Violencia y ¿amor?

Lou está estancada en un gimnasio de un pueblo de Nuevo México en el que se gana la vida como gerente mientras le echa un ojo a su hermana, una mujer maltratada por su marido que camina al filo de la navaja.

Es su forma de cuidar de ella manteniéndose lejos de su padre, que lleva las riendas de un sindicato del crimen camuflando su actividad en un campo de tiro.

Un buen día se presenta allí Jackie, una culturista de físico imponente, obsesionada por ganar una competición que está a punto de tener lugar en Las Vegas. La atracción entre ellas es inmediata y empiezan una tórrida relación sexual mientras que Lou le suministra anabolizantes con los que seguir esculpiendo sus músculos.

Sin embargo, los sueños de Jackie están en peligro a medida que las maquinaciones de la familia de Lou se interponen entre ella y la consecución de su objetivo: enamorarse no entraba en sus planes y desde luego mucho menos terminar empuñando un arma.

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Es muy difícil armar un thriller sin tener un solvente villano: el padre de la protagonista, rol que recae en un Ed Harris caracterizado de forma ridícula, no está a la altura. Lo más rudo y transgresor que hace en Sangre en los labios es zamparse un escarabajo: todo el ideario que se construye a su alrededor no hace más que insinuarse en flashbacks casi oníricos.

Esa es una de las lacras de las películas: los personajes son muy arquetípicos y están poco desarrollados de manera que su actitud ante lo que les sucede es casi siempre reactiva. Tampoco es que sea fácil empatizar con la pareja protagonista que debería ser el núcleo emotivo central de la historia. Las dos actrices trabajan bien y se entregan, pero su química es nula. 

Más afortunada es la aproximación que se hace a ciertos temas desde una vertiente casi fantástica, que quiere entroncar con el cine de Cronenberg aunque sea tangencialmente.

La metáfora de ver a nuestras protagonistas convertidas en gigantas libres es uno de los puntos álgidos de la cinta y tendría que haber sido el broche de una película con regustillo a Thelma & Louise que no carece de ideas, pero sí de desarrollo de las mismas.

Se apuntan temas relevantes y controvertidos como el body shaming, la incomprensión social hacia el lesbianismo a finales de los 80 e incluso la tolerancia generalizada al maltrato a la mujer, pero el punto de vista es tan frívolo y la aproximación tan somera, que se queda corta en todos los ámbitos.

Le falta desmelenarse mucho para ser una comedia gamberra recomendable y profundidad para poder tomársela en serio en cualquier otro tema. Sabe a poco.