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Crítica de El sucesor, sobre una herencia envenenada y toparte con el destino del que huías

El sucesor

Crítica de El sucesor (Le Successeur), la película del cineasta Xavier Legrand que estuvo nominada a la Concha de Oro en San Sebastián en 2023. Estreno el 22 de marzo de 2024.

El nuevo trabajo de Xavier Legrand es una coproducción franco-belga-canadiense que, de primeras, nos introduce en el mundo de la moda casi como excusa para presentarnos a un hombre poderoso, con cierto nivel de fama que va a tener que enfrentarse a un legado tóxico. 

El sucesor es una película de ritmo pausado, que se toma su tiempo para presentar la paradoja a la que se enfrenta el protagonista.

En cierta manera, se podría interpretar como una metáfora del germen de la violencia hacia la mujer, casi como una herencia siniestra derivada de una manera de comprender la sociedad que sigue poniendo en el centro la mirada masculina (mientras que las mujeres se relegan a los márgenes, convertidas en un mero adorno).

El fauvismo de Matisse es la referencia estética por excelencia de la película, que también juega con figuras como la espiral en el desfile inicial para anticipar la bajada a los infiernos del protagonista, pero también la sensación de inevitabilidad del destino que le aguarda.

Como si de un moderno Edipo se tratara, buscando esquivar el golpe que le aguarda, se encontrará con él de frente y tendrá que tomar decisiones drásticas.

 

El sucesor nos presenta a Ellias Barnès, un diseñador joven que acaba de ser nombrado nuevo director artístico de una famosa casa de moda parisina. Se enfrenta al reto de no plagiar a su predecesor, creando un nuevo estilo, pero a la vez manteniéndose fiel a la marca. De modo tal, que la presión se acumula a su alrededor: dar la talla es difícil.

Cuando las expectativas se incrementan, empieza a sentir dolores en el pecho y ansiedad. Los médicos le recomiendan que contacte con su padre, a fin de saber si tiene antecedentes de problemas cardiacos, pero él no solo mantiene una distante relación con su progenitor, sino que apenas lo conoce: puso tierra de por medio mucho tiempo atrás.

De repente, le reclaman en Montreal para organizar su funeral: su padre ha muerto y puede haber heredado algo mucho peor que su débil corazón. El primer impulso que siente es el de sacarse de encima la despedida de la forma más aséptica posible, con una cremación, y donando todos los bienes de su casa a la beneficencia antes de poner la casa de su padre a la venta.

Pero resulta que sus vecinos le adoraban y no quieren dejar pasar la ocasión de rendirle un sentido homenaje en su sepelio. Esto será el detonante de uno de los momentos más arrasadores de su vida.

El sucesor es una película que habla sobre las apariencias: la diferencia entre lo que se ve y lo que está sucediendo realmente. Ese juego de contrastes marca una narración en la que los secretos resultan inconfesables y se puede apreciar la magnitud del drama desatado en pantalla.

Cuando el protagonista se rompe, cualquiera que lo vea pensaría que es víctima de una pena insondable por haber perdido a un ser querido cuando lo que está sucediendo es algo muy distinto. Legrand, por tanto, está haciendo uso de un lenguaje cinematográfico en el que las palabras sobran.

El sucesor es una cinta que está definida también por una tremenda austeridad: desde la puesta en escena, minimalista en todo lo referente al mundo de la moda, como intelectualización del arte que es, hasta la ausencia de música extradiegética, que hace que los sonidos impacten con mayor rotundidad en la audiencia y no haya ni subrayados innecesarios ni una emocionalidad sugerida al espectador.

No todo son aciertos: el espectador medio puede encontrar el metraje excesivo (112 minutos de desarrollo) para las ideas que hay detrás de la historia y su paciencia puede verse puesta a prueba en la medida en que los acontecimientos avanzan despacio.

Por lo que respecta a las interpretaciones, Marc-André Grondin y Yves Jacques son los absolutos protagonistas y realizan un gran trabajo para hacernos comprender el momento vital de sus personajes. Pero, sobre todo, la disonancia en la que se encuentran inmersos. 

Es, en suma, una película complicada, llena de recovecos y segundas intenciones, con un final que resuena y da mucho mal rollo. Avisados estáis.

VALORACIÓN:

Legrand nos presenta un thriller sombrío, elegante y críptico en el que la revelación de información se dosifica con premeditada cautela hasta derivar en un desenlace desolador.

LO MEJOR:

El arranque, con una potente apuesta estética y el último tercio de la película, cuando llega la resolución de la trama.

LO PEOR:

La idea da para un buen corto, está muy estirada para alcanzar los 112 minutos de metraje.
Hobby

60

Aceptable

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