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Crítica de El vicio del poder con Christian Bale como Dick Cheney

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El vicio del poder
Crítica de El vicio del poder (Vice), la nueva película de Adam McKay con Christian Bale como Dick Cheney, Sam Rockwell como George W. Bush y Steve Carrell como Donald Rumsfeld. En cines a partir del 11 de enero de 2019.

Ya desde el título, Adam McKay está empezando a escribir su historia. Vice, como habréis captado al vuelo, es un juego de palabras para hacer alusión al vicio y la corrupción y al mismo tiempo al cargo de vicepresidente. Así que así, con apenas cuatro letritas bien dispuestas, ya tenemos la primera carga de profundidad dirigida a Dick Cheney, ese político que tan bien supo moverse a la sombra de uno de los presidentes más lumbreras de los Estados Unidos, George W. Bush, que nos retrató en su día Michael Moore a las mil maravillas en su cinta Fahrenheit 9/11 solo con ver su actitud en el momento en el que era informado del ataque terrorista a las Torres Gemelas.

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McKay quiere jugar con el espectador, a quien considera bien informado, y realiza un trabajo menos didáctico y más satírico que en su cinta La gran apuestaaquella agilísima narración que nos sumergió en los entresijos de una de las mayores crisis financieras de nuestra historia reciente. Comparte con ella muchos elementos comunes: no solo miembros del reparto sino también un estilo muy peculiar que le debe mucho a la labor del editor Hank Corwin que repite en la labor de montaje.

La cinta abarca un amplio periodo de la vida de Cheney remontándose incluso a su etapa anterior a su carrera política, cuando era un don nadie con graves problemas de alcohol y su esposa andaba tan harta de él que incluso llegó a darle un ultimátum: o se convertía en alguien o ya podía ir desfilando. Hasta parece decidir su bando político al azar, simplemente con buscar almas afines, o, dicho con mayor propiedad, otros de su calaña.

La narración no deja lugar a dudas de la opinión del guionista y director acerca de la catadura moral del individuo que retrata tachándolo de provinciano, manipulador y oportunista y verdaderamente, sus acciones, vistas en perspectiva, dejan bastante claras sus intenciones habida cuenta de la forma en la que supo extender sus tentáculos para dominar los diferentes ámbitos de poder que lo convirtieron, literalmente, en el político más poderoso como poco entre los años 2001 y 2009. Son archiconocidos sus lazos con multinacionales de la industria militar y el petróleo como Halliburton y Lockheed Martin con las que se lucró impúdicamente gracias a la invasión de Irak. Pero la película se toma su tiempo hasta llegar a este punto...

El vicio del poder
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Uno de los mejores valores de El vicio del poder, más allá de su contenido, que tiene muchísima miga (desde la escalada de puestos hasta la elección como vicepresidente "pescando" a Bush como si de un besugo se tratara) es el del elenco. Christian Bale no solo se transforma (de nuevo) físicamente para meterse en la talla de pantalones de Cheney sino que la forma en la que mastica las palabras, su sardónica sonrisa de medio lado y hasta su manera de caminar y hablar mirando al suelo son objeto de un minucioso trabajo de reconstrucción. De ahí el reconocimiento y la nominación en los Globos de Oro como mejor actor y mejor actor de comedia.

Por su parte, es digno de mención también el fabuloso trabajo de Sam Rockwell transfigurándose en Bush hijo y Tyler Perry asusta de lo bien que interpreta el papel de Colin Powell y lo acertadísimo de su maquillaje. Menos dependiente de la caracterización, tenemos a una Amy Adams en el rol de la esposa de Dick, Lynne, que viene a ser la mujer que impulsa y empodera a su marido instándole a ser más ambicioso. De hecho, comparten una de las secuencias más divertidas de la película, en la que McKay los convierte prácticamente en protagonistas de un figurado aquelarre en el que orquestan su siguiente "travesura".

Pero no es éste el único juego en el que nos implican como espectadores: hay otros golpes maestros como el de simular el final de la historia con títulos de crédito finales incluidos, que sería el desenlace alternativo a la historia que nunca se dio o el de romper la cuarta pared, por no hablar de ese guiño tardío a la estrategia de crear grupos de testeo en el que las ideas a controlar son las que se han ido vertiendo a lo largo del metraje.

Y es que el sentido del humor, e incluso el "autohumor", si nos permitís inventarnos una expresión ex profeso para la ocasión, jalonan toda la película de principio a fin y tener a Steve Carrell dando vida a un Donald Rumsfeld desatado es toda una declaración de intenciones.

El vicio del poder utiliza incluso los ataques al corazón de Cheney como recurso humorístico, lo que puede estar un poco en el límite de lo apropiado, pero que hay que reconocer que... funciona. A la postre sigue siendo un poco inquietante la forma en la que la industria cinematográfica estadounidense es capaz de nutrirse de sus propias desdichas para generar píldoras de entretenimiento (sí, con mala baba, pero también con aspiraciones comerciales). Sería mucho más divertida sino fuera tan real. Snif.

VALORACIÓN:

McKay escribe y dirige una nueva cinta llena recursos inesperados: un biopic lejos de la tónica general que gracias a su humor satírico y autorreferencial consigue hacer una crítica descarnada de un personaje capaz de mover los hilos del poder cual titiritero y saltarse todos los convencionalismos.

LO MEJOR:

La escena postcréditos, los juegos con la narrativa y el ritmo endiablado de la cinta. Las interpretaciones de traca de Christian Bale y Sam Rockwell.

LO PEOR:

A veces se pasa de frenada a la hora de ridiculizar a Dick Cheney y carga demasiado las tintas atacándolo en el plano personal.
Hobby

75

Bueno

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