Crítica de El ángel de la muerte, película sobre el escalofriante "enfermero asesino en serie" Charlie Cullen, en Netflix

Dentro de El ángel de la muerte (The Good Nurse) hay una historia de terror fallida. No todas ellas están pobladas por criaturas fantásticas como vampiros, brujas o fantasmas sino que los relatos más eficientes para elevarnos las pulsaciones y llevarnos al límite suelen estar basados en hechos reales, en personas capaces de llevar a cabo actos inexplicablemente dolorosos.

Mostrar esa falta de humanidad, de compasión y empatía que caracteriza a los psicópatas y sociópatas, sí que nos puede quitar el sueño de verdad. Netflix lo tiene claro, dado que sigue explotando los crímenes reales en su bien nutrido catálogo en el que ha sobresalido recientemente Jeffrey Dahmer.

A lo largo de sus 121 minutos de metraje, esta adaptación del libro de Charles Graeber por parte de la guionista Krysty Wilson-Cairns (1917), nos presenta una situación que se va volviendo insostenible hasta desembocar en un punto de no retorno.

La película ha sido dirigida por el danés Tobias Lindholm, guionista de la celebrada Otra ronda y director de varios episodios de Mindhunter, lo que delata su debilidad por el true crime y por la figura de Charles Cullen, el asesino en serie más prolífico de la historia de Estados Unidos, al que se le atribuyen alrededor de 400 asesinatos, aunque solo hayan podido probarse 29 de ellos.

El ángel de la muerte no esconde sus cartas y nos presenta a Charlie Cullen siendo testigo de la muerte de una de sus pacientes en una larga secuencia que nos lleva a ir cerrando el plano en su rostro indescifrable: ¿qué se le pasaba por la cabeza cuando veía morir a sus víctimas? Nadie lo sabe y Eddie Redmayne es el intérprete perfecto para mostrar esa incógnita.

La película nos presenta a continuación a su contrapartida: Amy Loughren (interpretada por Jessica Chastain). Ella es una enfermera atenta, compasiva y muy profesional que lucha por sacar a su familia adelante como madre soltera y por conseguir el seguro médico que le cubra una costosa operación a la que debe someterse, dado que padece una afección cardiaca grave.

Día a día se enfrenta a turnos demoledores en la UCI del hospital en el que trabaja, tanto a nivel físico como emocional, de modo que cuando Charlie es contratado, siente un gran alivio. Pronto desarrollan un fuerte vínculo emocional y una amistad que la lleva a apoyarse en él mientras comparten tareas y momentos de asueto.

Sin embargo, cuando se inicia una investigación policial acerca de una paciente fallecida en extrañas circunstancias, Amy comenzará a sospechar de su compañero, que ha cambiado varias veces de hospital y ha ido dejando tras de sí un reguero de misteriosas muertes por todo Nueva Jersey.

Hay que dejar claro que El ángel de la muerte vive en la dicotomía: es una película que se preocupa tanto de mostrar la precariedad laboral en el entorno sanitario (como han hecho antes series como Esto te va a doler en clave de comedia negra o la superior Dr. Death en una aproximación más parecida), como de reivindicar a las personas que sí hacen bien su trabajo a pesar de los fallos del sistema.

Esto es algo que le sienta regular a la película en la medida en la que pierde el foco de lo que quiere contar, aunque también haga que sea una propuesta algo más luminosa... al menos en parte, porque si tenemos en cuenta de que a pesar de las sospechas Charles Cullen consiguió perfeccionar su modus operandi a lo largo de 16 años, es para echarse a temblar.

La película también deja varias cuentas pendientes, como profundizar en las muertes en las que estuvo implicado o contar los cambios legislativos que hubo a raíz de este caso para que los trabajadores de los centros sanitarios estuvieran protegidos, pudieran reportar prácticas ilegales o sospechosas y tomar acciones legales al respecto.

El ángel de la muerte se conforma con denunciar que no haya habido una investigación en firme contra ellos a pesar de su obstaculización de las pesquisas policiales y su capacidad de desentenderse de un trabajador peligroso sin denunciarlo ni inhabilitarlo. 

Es en el duelo interpretativo de Chartain y Redmayne donde la película se crece, aunque a todas luces no necesitaba dos horas de desarrollo.