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Crítica de Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades con Iñárritu varado en el desarraigo

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Bardo

Crítica de Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, la película autobiográfica de Alejandro González Iñárritu en la que explora su desarraigo. 

Decía nuestro querido humorista Gila (que además de cómico tenía mucho de filósofo de la vida) que el día que nació estaba solo, su madre no estaba en casa... y parece que Iñárritu quiere arrancar su película Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades tratando uno de los grandes dramas de su vida con cierto sentido del humor al hablar de la muerte de su hijo desde una perspectiva peculiar.

¿Y si hubiera regresado al útero materno al no estar preparado para nacer? Ambos, Gila e Iñárritu a su manera, comparten con sus respectivas formas artísticas de expresión un sentimiento común de soledad y temor al exterior. Ese cordón umbilical que se estira y estira.

Porque de eso va Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades: de fronteras, de lugares, de sentimientos. De la mezcla de la desesperación y la euforia, de risas y llantos, de decir adiós, de partir y volver a la casilla de inicio siendo otro.

Iñárritu quiere explorarse a sí mismo como ciudadano del mundo, como mexicano afincado en los States, como hombre de luto, como padre, hijo y amante esposo. A sus 59 años se abre en canal en una película en la que se descubren sus miedos, sus fobias y sus contradicciones como migrante retornado y bastante desencantado: con un pie aquí y otro allí y un cacao identitario importante.

Ya en San Sebastián y tras recoger numerosas críticas de toda clase y condición (en su mayoría negativas), decidió remontar la película eliminando hasta 22 minutos de metraje y dejándola por tanto en 150. Dicho queda que no solo estamos ante una cinta complicada por todo lo que hay que leer entre líneas, sino que además es a veces árida, incómoda y hasta desagradable.

 

Una plétora de generosidad egoista 

Lanzar una sinopsis de Bardo sería bastante infructuoso en la medida en que no es una película que requiera siquiera una lectura lineal: es su trabajo de guión más voluntariamente impreciso, caótico y poético hasta la fecha y lo ha abordado en colaboración con Nicolás Giacobone, como en otras muchas ocasiones.

En pocas palabras, a veces da en el clavo al retratar el desarraigo de quienes se sienten como el endémico ajolote mexicano fuera del agua y en peligro de extinción y otras... otras, solo él se entiende. Por una parte se podría decir que la película es el epítome de su persona y que no podría haber sido más generoso al "compartirse", pero por otra parte es puro egocentrismo.

Lo que está claro es que ha querido erigirle un monumento a su patria chica: ha regresado para producir y filmar la película enteramente en Mexico, un detalle nada baladí si tenemos en cuenta que no se daba esta situación desde Amores perros, en el año 2000. Como ha expresado en muchas ocasiones, para él "Mexico es un estado mental".

Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades cuenta con momentos de absoluta genialidad (esa conversación con Hernán Cortés, ese paseo por una ciudad en la que la gente cae redonda ante la indolencia ajena...) pero también con secuencias alargadas hasta el infinito que aportan poco y no tienen su habitual solvencia técnica, sobre todo en materia de sonido.

En la fotografía se echa de menos al genial Emmanuel Lubezki cuya colaboración con el director ha dado frutos tan maravillosos en películas como El renacido o Birdman y que se ha hecho cargo de la foto de la recién estrenada Ámsterdam. El iraní Darius Khondji toma el relevo y hace un excelente trabajo, no cabe duda, no faltan secuencias de gran virtuosismo, pero el conjunto no es sólido.

Bardo
Netflix

Por otra parte, Bardo es una película soberbia y desmesurada porque Iñárritu es un creador soberbio y desmesurado. Esconderse habría sido de cobardes, de modo tal que hay que alabarle la valentía por más que la cinta tenga momentos de verdadera autocomplacencia y otros de solazarse en su miseria.

Daniel Giménez Cacho y Griselda Siciliani conmueven con su trabajo: nada se puede objetar a la dirección de actores y a la entrega del reparto que encabezan, pero probablemente todo funcionaría mejor con un montaje más dinámico y sucinto.

Dijo Iñárritu en la presentación en la Academia de Cine en Madrid que había que dejarse llevar por las imágenes y sentirlas, que había creado un viaje emocional. Ojo, que añadimos a la ecuación que en ocasiones es doloroso y en otras roza el tedio.

VALORACIÓN:

Iñárritu descarrila al internarse en el terreno de la autobiografía con una obra de magníficos momentos de lucidez y otros de puro tedio. Un juego de contrastes que hará que a más de uno se le atragante la propuesta.

LO MEJOR:

Momentos puntuales de genialidad como el plano secuencia de lo que se cuece entre bambalinas o la conversación con Hernán Cortés.

LO PEOR:

Es una película larguísima, extrañísima y aburridísima. El sonido en algunos pasajes es muy malo: ni siquiera se entienden los diálogos.
Hobby

60

Aceptable

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