Crítica de Pobres criaturas (Poor Things), con una pletórica Emma Stone

Las películas de Yorgos Lanthimos no son para todos los paladares: hay a quien le parecen gloriosas y a quien se le atragantan, pero parece que Pobres criaturas está siendo una de sus cintas menos divisivas dado que donde va, triunfa. Ganadora del León de Oro a mejor película en el Festival de Cine de Venecia, no ha dejado de generar ruido entre quienes se han enfrentado a ella.

Tras su paso por el Festival de Cine de Sitges y por la Academia de Cine en un pase especial, verá la luz en la cartelera española el próximo 26 de enero, momento en el cual el gran público podrá disfrutar de sus 141 minutos de metraje. O padecerlos. O simplemente asombrarse ante una obra decididamente original, aunque compuesta por elementos más o menos reconocibles.

Porque, como el propio director reconoció en una entrevista para Empire Magazine, le dio a Tony McNamara (artífice de La favorita) tres obras de referencia para componer el guión, basado en la novela de Alasdair Gray: Y la nave va (1983), Belle de jour (1967) y El jovencito Frankenstein (1974). 

El resultado es una obra ambiciosa, desmedida, dotada de un humor tan incómodo como peculiar y de lecturas bastante demoledoras. También autocomplaciente en diversos aspectos y muy consciente de sí misma y de su voluntad de trascender como obra de arte, algo que la ha llevado a caer en su propia trampa en la sala de montaje, de donde debería haber salido con una ligera poda de metraje.

La liberación femenina desde una óptica barroca

El poco ortodoxo doctor Godwin Baxter (Willem Dafoe) se trae entre manos un experimento peculiar: revivir a una joven que pronto se muestra ansiosa por aprender las vicisitudes de la vida. Encerrada en un cuerpo de adulta, Bella (Emma Stone) es como una niña insaciable que va prosperando hasta descubrir sus propios deseos.

Hambrienta de nuevos conocimientos y de experiencias salvajes, se fuga con Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo), un abogado artero que se convierte en su amante. Juntos se embarcan en un viaje que les llevará a conocer diferentes continentes y a enfrentarse a situaciones que rozan lo surrealista.

Libre de los prejuicios de la época victoriana en la que le ha tocado vivir, Bella abrazará su lado más salvaje para salir adelante en una sociedad hipócrita, poco solidaria y ruin. Su finalidad última no será otra que liberarse de los yugos que la oprimen y decidir su propio destino, sea cual sea el coste.

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Aunque como es evidente la mayor fortaleza de la película es su argumento, que puede parecer errático al comienzo pero acaba cuajando y haciéndose entender, hay varios punto estrella en esta producción: las interpretaciones, con Emma Stone convertida en una fuerza de la naturaleza desatada y la fotografía de Robbie Ryan, que hace un peculiar uso del color y de la textura de la imagen.

A menudo los decorados, las localizaciones de rodaje y los fondos paisajísticos se convierten en un telón de fondo onírico que nos hace dudar de la verosimilitud de lo que se nos está narrando, que de por sí nunca deja de lado su cualidad de metafórico.

No menos interesantes resultan los elementos que contribuyen a crear a los personajes como son el maquillaje (que se lo digan a Dafoe), la peluquería y el vestuario. Todo el planteamiento estético es original y transgresor en aras de crear algo memorable que no se parezca a nada que hayamos visto. 

Pero más allá de todo lo anterior, la película es Bella Baxter. Es uno de esos raros personajes que te hace pasar por todo un abanico de emociones: la ternura, la repugnancia, la vergüenza, la fascinación, la pena y hasta el orgullo.

Repele y atrae en un baile que no cesa desde que aparece por primera vez en pantalla. Y huelga decir que Emma Stone, una vez más, realiza una interpretación sublime a la que se entrega con todo su ser. Le importa un carajo aparecer fea, harapienta o tener secuencias de desnudez total. Se lo da todo a Bella.

En pocas palabras: le han dado a la Barbie rara de Barbie una película para adultos (sexualmente explícita y sin filtros) en la que liberarse de sus cadenas de forma definitiva, lo que implica un viaje iniciático y de autodescubrimiento en el que no faltan las bofetadas que nos asesta la realidad a diario. Cuidado, que duele.