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Crítica de Puedo escuchar el mar, el telefilm de Studio Ghibli de 1993

Puedo escuchar el mar
Crítica de Puedo escuchar el mar, dirigida por Tomomi Mochizuki y escrita por Keiko Niwa, basada en la novela de Himuro Saeko. Analizamos la primera película de animación del popular Studio Ghibli lanzada directamente para televisión en el año 1993. Disponible en Netflix España desde el 1 de febrero de 2020.

En 1985, en el corazón de Japón, nacía uno de los estudios de cine que marcaría época. Hayao Miyazaki e Isao Takahata dirigirían los sueños de cientos de miles de espectadores que desearían quedarse a vivir en las historias de Studio Ghibli. Armonía, paz, naturaleza y, sobre todo, corazón, son los temas que iluminan el camino de un estudio icónico en la historia del cine de animación.

Netflix ha querido elevar al máximo exponente aquello de «cine y mantita» haciéndose con los derechos para emitir gran parte de esas historias a través de su plataforma, y nosotros no podríamos celebrarlo más. Hoy, repasando las películas de Studio Ghibli, analizaremos una de sus obras más desconocidas en España, pero que fue otra demostración del espíritu del estudio: crítica de Puedo escuchar el mar, el primer telefilm de Studio Ghibli.

Una caricia al corazón

Puedo escuchar el mar fue la primera película que Studio Ghibli estrenó directamente en televisión el 5 de mayo de 1993. La compañía decidió explorar nuevas vías artísticas y ofreció la oportunidad de lanzar su propia película a las jóvenes promesas del estudio: Tomomi Mochizuki en la dirección, y Kaori Nakamura en el guion para adaptar la novela original de Saeko Himuro. Un auténtico hito que se convertiría en la única producción en la que Miyazaki y Takahata se mantuvieron al margen, lo que la convirtió en una propuesta diferencial respecto al estilo habitual de la casa.

La película nos cuenta la historia de Taku Morisaki, su gran amigo del colegio Yukata Matsuno, y la nueva alumna Rikako Muto. Un triángulo amoroso sencillo que sirve de vehículo para hablar de la reminiscencia de la juventud, la delicadeza emocional y la incertidumbre que a todos nos ha perseguido en esa etapa. Un drama construido sobre la memoria narrado a través de flashbacks, pero con el mismo espíritu del estudio: el amor como máxima expresión de la pureza que puede existir en el corazón humano. Taku es un joven inteligente y demasiado maduro para su edad. Su mejor amigo, Yukata, otro coco en los estudios, se ha enamorado perdidamente de la recién llegada al colegio, Rikako, una chica que triunfa en los estudios y en el deporte, pero que peca de un carácter egoísta y cabezón que dará la vuelta a su insignificante e irónicamente trascendental universo juvenil. 

Puedo escuchar el mar

Con el reloj guardado en el cajón y sin grandes propósitos, Puedo escuchar el mar narra la historia ordinaria de unos personajes que se conocen, viven, sueñan y sienten de forma sincera. Un relato que escapa de la grandilocuencia para conectar con sentimientos que todos hemos vivido, centrándose en emociones sencillas con las que identificarnos. Sin grandes palabras ni grandes acciones, solo el transcurso del tiempo bajo un manto de armonía y serenidad que también pretende ser un reflejo de la cultura japonesa. A veces, las palabras que nunca se pronuncian son más elocuentes que la acción. El retrato que realiza de la juventud es como el sueño de una noche de verano: apacible, armonioso y relajante. Los escenarios y el color juegan con ese espíritu onírico que roza lo naif.

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El telefilm de Studio Ghibli cayó en el ostracismo por tratarse de un producto destinado a una minoría, pero también por carecer de la emoción dramática que ha catapultado a la compañía. La película dura apenas 70 minutos y, aún así, adolece de un desarrollo lánguido, parsimonioso, que huye de cualquier giro inesperado. Deposita la carga dramática en la evolución de sus personajes, a quienes retrata exclusivamente a través de sus sentimientos y de los lazos que los unen. No se convierte en un trabajo extremadamente intimista porque deja escapar detalles de sus orígenes, dejando a sus emociones el papel protagonista. Esa es su virtud y su condena; tan real y personal como la vida misma, pero, esta vez, incapaz de superar a la ficción.

Puedo escuchar el mar

Gana enteros en segundos visionados, demostrando que su propósito de ser suave y con escaso significado a primera vista son sólo la superficie de un romance que acaricia el corazón. La historias de amor de nuestras vidas no son el ideal de Hollywood, menos si cabe en la etapa del instituto. Hay confusión, dudas, peligros y errores que arrastraremos inevitablemente el resto de nuestras vidas, deseando haber sido capaces de afrontarlas con el peso de la experiencia que soportamos en el presente.

Y el amor es la punta del iceberg de los temas que realmente dotan de significado a la película: la madurez en la transición a la vida adulta, la idealización, la envidia juvenil, la nostalgia del pasado, el egoísmo, la empatía, la comprensión de los propios sentimientos, los conflictos en las relaciones... Puedo escuchar el mar es el reflejo puro, sin artificios, del dolor que nos acompaña en nuestras vidas. Es una película pequeña, más centrada para el público japonés que el resto de las producciones de Studio Ghibli, y a la vez un retrato exquisitamente orgánico sobre la mejor etapa de nuestras vidas. Es como escuchar el mar en el fondo de una caracola: un gesto sencillo, pero lleno de todo el significado al que pueda transportarte.

Puedo escuchar el mar

No nos podemos marchar sin repasar nuestros análisis de las mejores películas de Studio Ghibli:

 

VALORACIÓN:

Puedo escuchar el mar es un retrato apacible de la juventud, el amor y la amistad que se despoja de cualquier aspiración para contar una historia en la que la que el ritmo está al servicio de la emoción natural.

LO MEJOR:

Como todo lo que nace de Studio Ghibli, es una caricia al corazón.

LO PEOR:

El desarrollo y la naturalidad de la narración la convierten en una historia simple y naif.
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