Crítica de Puños de hielo Temporada 1: el boxeo no basta para mantener el calor en Finlandia

Si el frío navideño de España se te había quedado corto, tenemos expedición al norte: acompáñame hasta el Círculo Polar Ártico para analizar una dramedia finlandesa en la que se entremezclan historias de boxeo, tramas criminales basadas en hechos reales y un humor particularmente peculiar en Puños de hielo, la serie de Sundance TV.

Una serie rara, de esas que tendrás que bucear por el catálogo de AMC para poder presumir de ecléctico en tu próxima charla sobre cine. Entregada a las características de la sociedad finlandesa, es un producto que define con naturalidad el estoicismo y la determinación de su población.

Puños de hielo también se alimenta de la etiqueta «basado en hechos reales» para su trama criminal. Y, creedme, por muy absurdas que puedan parecer, esa es la dicotomía social que ofrece la serie: fríos como témpanos, pero tan absurdos que quedan al límite del «cringe».

La protagonista es la inspectora de policía María Pudas, una excampeona del mundo de boxeo que decidió alejarse del ring por su propia salud mental y la de su pareja, Essi, que lucha contra una depresión y contra las características normas no escritas de su familia política.

La trama alternará la resolución de crímenes y casos policíacos, uno por episodio, con la carrera deportiva de María, que vuelve a despertar tras conocer la situación económica y el estado de salud de sus padres. Con más peso para la primera en los primeros episodios, para mi infortunio.

Si podemos distinguir algo interesante en su trama, es la redención del personaje principal a través del boxeo. Una versión infinitamente más descafeinada y limitada de lo que ofrece Ray Donovan, para que nos entendamos, pero con el añadido de la fortaleza femenina en una cultura menos explotada comercialmente.

Saara Kotkaniemi, reconocida en el panorama cinematográfico finlandés por su trabajo en otras producciones policíacas como Aallonmurtaja o Bordertown, de Netflix; es una opción sólida y solvente para trasladar esa lucha contra los demonios internos de la protagonista, pero no es suficiente para destacar en un catálogo donde ya hemos visto esa misma lucha un centenar de veces.

En sus tres primeros episodios, de unos 45 minutos de duración, la serie avanza con lentitud por los exuberantes paisajes nevados de Rovaniemi, el hogar de Papá Noel, a los que convierte en una herramienta narrativa más. El frío y la rigidez son también parte del carácter de sus personajes.

Una belleza austera que sirve de telón de fondo y cubre como una manta los sentimientos de soledad y aislamiento emocionales por los que pasa María. Una inmersión que coloca su entorno como principal aportación al género, algo que también vimos en Atrapados, la serie islandesa de Netflix.

Y también ese será, sin embargo, el primer obstáculo para su éxito más allá de las fronteras locales. Es muy finlandesa. Su estilo humorístico es seco, con recursos sobrios que exageran mediante la dirección y el montaje. Podrán sacarte una sonrisa más por escasez y el absurdo que por la comedia.

Los casos son, como la propia realidad, menos de lo que parecen. La serie pone su foco narrativo en retratar a personas normales cuyas filias y fobias llevan a cometer crímenes absurdos, sin que ninguno de ellos sea particularmente escabroso dada la experiencia que ya tenemos como espectadores.

Puños de hielo es una serie sencilla, de desarrollo clásico e, inevitablemente, poco refrescante. Sin notas dulces ni amargas; una revisión funcional y práctica de las narrativas procedimentales policíacas entremezcladas con el deporte y las vicisitudes familiares.

Una encrucijada difícil para la producción de series en un mercado atestado de ofertas con más recursos, quedando su valor diferencial a merced de sus características culturales y sociales. Los guantes de boxeo tendrán que mantenerlos calientes para no quedar eclipsados ante la homogeneización de las tramas y la sobreproducción a la que nos enfrentamos.