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Crítica de Los herederos de la tierra: la apresurada continuación de La catedral del mar

Los herederos de la tierra

Crítica de la serie Los herederos de la tierra, dirigida por Jordi Frades en base a la novela original de Ildefonso Falcones. La serie de Netflix está protagonizada por Yon González, Elena Rivera y Rodolfo Sancho, entre otros artistas. El estreno de Los herederos de la tierra en Netflix España es el 15 de abril de 2022.

Hubo una larga época en la que las producciones televisivas y cinematográficas patrias despertaban, con la misma inevitabilidad del mismísimo Thanos, muecas arrugadas de disgusto ante ficciones sempiternas en torno a la vasta historia de España.

Un pasado en el que los diseños de producción bailaban en el filo de la navaja para dignificar cada céntimo del presupuesto, en el que la épica de Hollywood parecía una zancadilla imposible de sortear.

Con mucho esfuerzo, mayor inversión y, por supuesto, sacudiéndonos del hombro todos esos prejuicios que parecían invitarnos a ser poco optimistas, la ficción española ha alcanzado, también gracias a la infinita exposición de las plataformas, colarse entre los mayores éxitos de todo el globo.

Los herederos de la tierra

Netflix resucitó el excelso trabajo de Atresmedia con La casa de papel y ahora ha puesto en su mirilla un nuevo objetivo: la ficción histórica. Y qué mejor manera de saltar a ese cenagal que recuperando uno de los mayores éxitos literarios de las últimas décadas.

Era 2008 cuando Ildefonso Falcones publicaba La catedral del mar sin saber cuánto iban a cambiar su vida las líneas de su primera novela: millones de lectores en todo el mundo han convertido la historia de Arnau Estanyol en uno de los best sellers patrios de los últimos tiempos.

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Su Barcelona del siglo XIV traspasó las fronteras literarias para llegar al mundo de las series con el estreno de su propia producción en Antena 3, donde más de cuatro millones de espectadores devoraron la pantalla en su primer episodio en prime time.

La catedral del mar se ha convertido en uno de los grandes símbolos de la ficción histórica. Lectores y espectadores esperaban con impaciencia una nueva publicación de Falcones, que llegó en 2016 con el lanzamiento de su secuela: Los herederos de la tierra.

No iba a necesitar muchos años su autor para que Atresmedia quisiera repetir el éxito de su primera novela en televisión, pero esta vez con el apoyo de TV3 y, cómo no, de una Netflix absolutamente imbatible en el terreno de las plataformas de visionado.

Los herederos de la tierra es una producción que arde en deseos de triunfar. De ser portada con una selección de escenas de las que seamos incapaces de apartar la mirada antes de que suene el «tutum». De ser lo que La catedral del mar en sus más de 32 países y 15 idiomas traducidos; un absoluto todoterreno mediático.

La serie de Netflix parte de una base exquisita: el éxito de su precuela, la guía de una novela que ha vuelto a despertar emociones entre sus lectores y un reparto prometedor con Yon González y Rodolfo Sancho como principales caras visibles.

Y, puestos a reconocerle cosas, con un arma de doble filo: las expectativas. Las siempre peligrosas expectativas. Porque antes, durante y segundos después del «tutum», estaba deseando enamorarme de una ficción histórica patria que me obligase a desear una nueva temporada. Ahora toca explicar cómo ha convertido ese deseo en realidad... sin acertar en su desarrollo.

Los herederos de la tierra nos cuenta la historia de Hugo Llor, un joven en la Barcelona de finales del siglo XIV que sueña con convertirse en constructor de barcos. Con la misma crudeza social que su predecesora, el estreno de Netflix nos devolverá a la lucha por la supervivencia del día a día, pero con un pequeño apoyo: el protectorado del archiconocido Arnau Estanyol.

Siguiendo los pasos de la novela original homónima de Ildefonso Falcones, sufriremos la vida de Hugo Llor (primero con David Solans y después con Yon González) y el implacable destino de la baja sociedad en una época en la que las palabras «amo» y «esclavo» eran más cotidianas que un mendrugo de pan.

Ocho capítulos de una hora de duración que serán pocos. Porque el defecto que también acompaña a la vida de ficción de Hugo Llor es el tiempo. Una velocidad absolutamente incomprensible que nos obligará a vagar por la narración como si de un documental ficcionado se tratase.

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Los herederos de la tierra tiene un adjetivo al que se adhiere con tanta fiereza que terminará siendo exasperante: extremadamente precipitada. Capítulo tras capítulo sufriremos elipsis temporales obligadas por la limitación de una única temporada que impedirán que formemos parte de su historia.

Es un caso particularmente curioso. ¿Cuántas veces hemos discutido con nuestros amigos sobre lo insoportable que se vuelve una producción cuando pasa eso de «alargar el chicle»? Pues aquí nos va a faltar goma elástica; una paradoja que nunca esperaba apuntar entre esas expectativas.

Había que condensar una vida de 896 páginas en una única temporada, claro. Así las cosas, no habrá respiro ni un minuto de reflexión. No hay lugar para desarrollar empatía por los personajes, ni para construir subtramas sesudas, ni siquiera para explicar nudos de acción posteriores a los que llegaremos sin contexto. Hay una línea de meta y el crono sigue corriendo.

Los herederos de la tierra

El ritmo de Los herederos de la tierra arrasa con todo. Es literalmente imposible construir vínculos con unos personajes que viven subyugados a la velocidad de la trama, y es una verdadera lástima; el elenco actoral tiene todas las condiciones para que la oportunidad no se convierta en una anécdota.

Tendremos que obligarnos a disfrutar de los escenarios, del diseño de producción y del vestuario que ya funcionó en La catedral del mar. No quedan opciones para mayores alardes presupuestarios; ni grandes combates, ni escenas de acción. Los herederos de la tierra es un incansable viaje de emoción y dramatismo por las desventuras de Hugo Llor.

Como ya ocurrió en la primera novela y en su adaptación, y a pesar del «rush», el tema recurrente seguirá orbitando alrededor de las mujeres, las violaciones y la crudeza social de una época que, espeluznantemente, sigue teniendo ecos de realidad siete siglos después.

Aún así, y sin haber tenido la oportunidad de leer la versión literaria original de Los herederos de la tierra, el guion de la serie escapa de cualquier reto en la resolución de los conflictos de sus personajes.

Puede que sea herencia de la narrativa original. Puede que no. Pero cada ocasión se resuelve por mera inercia o por el siempre decepcionante Deus Ex Machina. Unos guardias que custodian una entrada y que fortuitamente se van a beber vino. Las llaves de una celda propiciamente olvidadas junto a la puerta. Todo sea por mantener el ritmo.

Los herederos de la tierra

Hugo Llor tiene que ser la persona más desgraciada de la historia, eso nos queda claro. Tampoco será por su voluntad de cambiar la realidad que le rodea, o por una realidad que habría sido todavía más implacable en caso de intentarlo. 

Sea como fuere, todos sus obstáculos prometían llevarnos a la resolución del conflicto en el que redimirse de su mala fortuna o su falta de acción... y ese desenlace, con la resolución de obstáculos en pañales, se queda a medio gas.

Todos sus problemas, paradójicamente, nos llevan a un punto: la necesidad de seguir viendo otro capítulo. El ritmo se lleva todo por delante, como ya hemos visto, pero la historia y sus interpretaciones tienen suficiente volumen como para que queramos seguir viéndolos uno detrás de otro.

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Puestos a hacer la lista para los Reyes Magos, a Los herederos de la tierra le pediríamos una temporada más. Una oportunidad para desarrollar subtramas y personajes; una oportunidad para poder sentir las emociones que con tanta profusión nos muestran durante el viaje. Pero la oportunidad está perdida.

Nos quedamos con una serie que a la velocidad del relámpago nos cuenta la vida de un pobre bodeguero desgraciado que intentará alcanzar esa felicidad que se le escapa entre los dedos, con la sensación agridulce de tener una historia cuya obsesión con el ritmo limita cualquier conexión emocional con los espectadores.

VALORACIÓN:

Los herederos de la tierra es una secuela con menos puntería que su predecesora y una obsesión incomprensible por precipitar el tempo de los capítulos, pero su historia y sus interpretaciones mantienen la vela encendida hasta cerrar su única temporada.

LO MEJOR:

La historia de Hugo Llor despierta suficiente interés para maratonear la temporada.

LO PEOR:

El ritmo es diabólico; un lastre para desarrollar vínculos emocionales con la historia o con sus personajes.
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