Crítica de Un hipster en la España vacía, una comedia poco original

Un hípster en la España vacía no reinventa la rueda. A estas alturas mofarse de la "nueva política" y de las medidas para proteger el medioambiente y favorecer la igualdad forma ya parte del pasado en la medida en la que se ha explotado hasta la saciedad en otras películas y series de gran éxito.

Solo hay que echarle un vistazo al panorama seriéfilo: además de Machos alfa, que ya se ha renovado por una tercera temporada para seguir cachondeándpse de las nuevas masculinidades, los hermanos Caballero pusieron el foco justo en este tema (el choque entre lo rural y la "modernidad") en la serie El pueblo.

De hecho comparte con la serie hasta miembros del reparto como Vicente Gil por no hablar de otros elementos y subtramas.

Una relación no heteronormativa y partidas de gañote paritarias

Quique quiere implementar sus políticas en la "España vaciada", lo que le lleva a un pequeño pueblo de Teruel a instancias del partido al que pertenece. Aunque en principio su plan original solo pasa por hacer un par de talleres y proyectos inclusivos como un huerto ecosostenible, poco a poco se va implicando más.

Pronto descubre que el plan de mandarlo allí obedece a la intención del secretario del partido de iniciar una intensa relación con Lina, que había sido su pareja hasta el momento.

El nivel de compromiso de Quique en La cañada irá en aumento hasta el punto de presentarse a las elecciones para ser el nuevo alcalde y seguir realizando cambios de todo tipo: desde fomentar los juegos no competitivos hasta mejorar las instalaciones de las granjas valiéndose de las ayudas por eficiencia energética.

Para todo ello contará con la ayuda de Mohamed y de Lourdes, la camarera del bar, que quiere evitar que el pobre siga haciendo el ridículo y que entienda que la clave de su éxito reside en aprender a escuchar a sus nuevos vecinos y no solo imponer su punto de vista.

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El lugar más sostenible, diverso y feminista

Un hípster en la España vacía tiene varios problemas grandes: el primero de ellos, señalado quedaba más arriba, la falta de originalidad. Emilio Martínez-Lázaro (Ochos apellidos vascos) recala en la larga tradición de películas que explotan el tópico del contraste campo-ciudad hasta mostrando La ciudad no es para mí.

Aquí se invierten las tornas y podríamos decir que es una suerte de El pueblo no es para mí... solo que ese leit motiv está ya muy exprimido. La pareja de hippies de El pueblo, era la que traía toda una serie de nuevas ideas a los lugareños y explotaba ese contraste.

El guión de Daniel Castro y Daniel Gascón no es particularmente ingenioso (a pesar de ser una película de humor, hace reír más bien poco) pero es que además reincide en romances insulsos metidos con calzador y números musicales sonrojantes como el de "la jota del clítoris" o la versión de "Despechá".

Otra de las claves de una comedia es el ritmo: no vale solo con tener fichajes estupendos como el de Tito Valverde, Marta Fernández Muro, Miguel Rellán, Juana Cordero, Manuel Manquiña o Manu Bodegas... sus momentos de gloria y sketches tienen que estar tirados en el momento apropiado para que no se venga abajo la curva de interés del espectador.

Los personajes principales, son bastante sosos y tienen poca química: no hay quien se crea el romance entre Berta Vázquez (siendo ella quizás una de las intérpretes más solventes del elenco joven) y Lalo Tenorio y casi menos el de Paco León y Macarena García.

Tomados por separado hay momentos hilarantes, pero como conjunto Un hípster en la España vacía no funciona. La comedia patria pide a gritos reinventarse...