Hoy día, resulta cuanto menos curioso enfrentarse como espectador a una comedia en donde la protagonista debe tener relaciones sexuales con un desconocido para ganarse un coche. Parece algo sacado del pasado.

Con esa premisa nace la desvergonzada película que estrena Gene Stupnitsky, quien ha estado detrás de capítulos en The Office o largometrajes con el tono de Bad Teacher. Esto es, humor que mezcla el gag físico con acercamientos puntuales a lo políticamente incorrecto.

Además, para Sin malos rollos ha contado con un plantel capitaneado por Jennifer Lawrence, Andrew Barth Feldman, Matthew Broderick y Laura Benanti en un ejercicio que podría acercarse en algunos aspectos a lo que ofrece Richard Linklater en comedias adolescentes como Todos queremos algo.

Lo más destacable desde el principio es ver a Jennifer Lawrence desatada en el personaje de una mujer de 31 años que no puede hacer frente a los impuestos que le han subido. Esto ocurre a causa de la llegada masiva de turistas adinerados que encarecen la idílica población en la que vive.

Ella es un huracán, acostumbra a los encuentros de una noche, decir lo que piensa o infringir la ley cuando es necesario. Trabaja de camarera y conduciendo un Uber, pero le embargan el coche. Buscando solución a lo que le ocurre, da con el anuncio de unos padres que buscan alguien que despierte, según dicen, a su hijo.

Estos padres de clase alta temen que su hijo no sea capaz de afrontar la universidad porque vive encerrado en su habitación. Es el perfil de hikikomori, o lo que antes se denominaba como pardillo en las películas. Llegan rápido a un acuerdo con la protagonista y ella tratará de seducirlo.

Sin malos rollos no obvia decir términos como trabajadora sexual (para aclarar que ella no es eso) y similares en un ejercicio de autoconsciencia, algo que veremos a lo largo de filme.

Críticas salvajes a jóvenes adormecidos y sensibles, violencia puntual, desnudos integrales y momentos a los que no estamos acostumbrados en la comedia estadounidense actual aparecen durante los 103 minutos que dura la historia.

Puede incomodar, pero también te reirás en algún momento

Sin malos rollos tiene la intención de incomodar y enfrentar al espectador a sus propios prejuicios morales, no se puede decir que sea sutil en ese aspecto, ni tampoco podemos dudar de su intención por divertir.

Humor evidente, de golpes, negro, ridículo... Cada pocos minutos hay una situación cómica que independientemente de la posición del espectador hará que se ría en algún momento.

A esto ayuda mucho que el duo protagonista y los secundarios aparentan gran comodidad en sus papeles, son cómplices por completo, y transmiten buenas sensaciones al espectador que no buscará discurso sino diversión.

Sin malos rollos se ha rodado con absoluta simpleza y sin ningún tipo de exceso o intento por transgredir en lo visual. La cámara está siempre en donde se espera, la música remarca el mensaje y el plano contraplano domina las conversaciones.

Dicho todo esto, la balanza positiva o negativa caerá en función de cada persona y cómo sobrelleve el planteamiento inicial y la cercanía que encuentre con el humor. No hay mucho que destacar además de estos dos aspectos, así que la receta básica funcionará en base al gusto de cada paladar.