Crítica de Muerte en el Nilo, el regreso de Kenneth Branagh como Poirot con Gal Gadot como protagonista

Si te gustó Asesinato en el Orient Express, prepárate para una nueva aventura del Hercule Poirot interpretado por Kenneth Branagh. El director, tras abrirse en canal con su obra maestra Belfast, lanza ahora Muerte en el Nilo, un nuevo episodio de la serie que adapta las novelas de misterio de Agatha Christie. Resuelve el trabajo destacando con nota e incluso mejorando el resultado de la anterior.

En su contra juega algo tan sencillo como que la mayoría de los espectadores aficionados al género conocemos la historia de más y de sobra... pero eso no es un obstáculo para disfrutar de la película, dado que consigue imprimirle un dramatismo y un tempo que hace que nos sumerjamos en la narración  de forma inmediata. En pocas palabras, es una película que te atrapa.

Uno de los aspectos que hace de Muerte en el Nilo una película tan atractiva es que se toma su tiempo para desarrollar a los personajes y no se queda en la superficie, sino que trata de llevarnos a lo más profundo de su ser.

Olvidaos del arquetípico Poirot cuya única finalidad parece ser resolver un crimen, porque la película no arranca con el misterio sino metiéndonos en las trincheras para conocer a un joven Hercule (Branagh rejuvenecido mediante un CGI muy bien medido) que pone su perspicacia al servicio de su país, aunque esto termine por salirle mucho más caro de lo que hubiera llegado a pensar.

Tras ese importantísimo flashback en el que se nos desvela aquello que lo marcaría de forma literal y figurada para siempre, lo encontramos de vacaciones por Egipto, donde se reencuentra con Bouc, un viejo amigo que está acompañando en su luna de miel a una pareja junto a una extensa lista de invitados. 

Películas de misterio que consiguen mantener la intriga hasta el final

La recién desposada es Linnet Ridgeway, una mujer rica con muchos enemigos y su flamante marido es Simon Doyle, un hombre que rompió su compromiso con su novia, Jacqueline de Bellefort cuando conoció a Linnet apenas unos meses atrás. Intrigado, Poirot se une al cortejo nupcial.

Pronto emerge Jacqueline como una gran amenaza y un fantasma del pasado: les persigue de un lado a otro, dejando claro que no les dejará descansar y que estará dispuesta a cualquier cosa por recuperar a Simon.

Tras embarcarse en un imponente barco de vapor para recorrer el Nilo, un asesinato truncará el idílico viaje y pondrá de manifiesto la red de traiciones e intereses cruzados que hay entre los invitados. A sabiendas de que la mano ejecutora del crimen se encuentra a bordo, Poirot deberá armar el puzle y señalar al culpable antes de que haya nuevas víctimas.

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El amor, leit motiv de un trágico whodunit 

Como decíamos al comienzo, la película tiene una forma atípica de arrancar, dado que es en todo momento una película sobre el amor en todas sus facetas. El amor idílico, el amor frustrado, el amor impostado, el amor pasional y el amor destructivo... pero también el amor postrero, que llega como una segunda oportunidad.

Así, con varias secuencias sobre el pasado rodadas en blanco y negro con el trasfondo bélico de la I Guerra Mundial, comprendemos mejor a nuestro protagonista y hasta qué punto este caso le afecta de forma personal, haciéndole revivir algunos pasajes más dolorosos de su vida y recordándole qué le ha llevado a ser como es y a estar tan solo, enfrascado en sus casos.

Escenarios espectaculares, historias íntimas

Llegados a este punto hay que hablar del reparto: Branagh se vuelve a coronar como un Poirot extremadamente audaz y perceptivo, pero también muy humano y vulnerable, con grandes defectos que le llevan a parecer incluso poco compasivo con el dolor ajeno y bastante prejuicioso. Un personaje le enmienda la plana en un momento dado y lo pone en su sitio (es algo memorable).

La gran estrella que brilla con luz propia, autoproclamándose en un momento dado como la reina de Egipto (qué gran Cleopatra sería, en efecto) es Gal Gadot: una bestia cinematográfica que se come la cámara cada vez que aparece en pantalla. Realiza un titánico esfuerzo por hacerle sombra su competidora en la ficción, Emma Mackey (Maeve en Sex Education).

El tercero en discordia, casi desaparecido de la promoción de la película tras los escándalos que han mandado su carrera interpretativa al garete, es Armie Hammer. Conforman el triángulo amoroso que marca toda la trama y están bien arropados por un buen puñado de secundarios que vienen a defender tramas menos relevantes pero en las que siempre está presente el amor, el gran tema de la película.

Que esta aseveración no os confunda: estamos ante una película de misterio en la que por supuesto, hay revelaciones finales que hacen que todo encaje bien y en la que hay incluso algo más de violencia de la que suelen mostrar este tipo de cintas.

En los apartados técnicos pocas pegas al notable trabajo de Patrick Doyle (Artemis Fowl) en la composición de la banda sonora y al de Haris Zambarloukos (Belfast) como responsable de la fotografía.

La puesta en escena requería sí o sí de mucho chroma y maqueta dado que el templo de Abu Simbel fue trasladado en el 68, pero la película nos ofrece tal festín a los amantes de Eqipto que se agradece el paseo por esos lugares de ensueño en una época en la que estaban mucho menos explotados. Ojo al pulso de Branagh en la dirección, porque es de traca. ¡Disfrutadla!