Crítica de La primera profecía, una resuelta precuela con posibilidad de expandirse

Amigos del terror, fans de La profecía, la cinta de Donner de 1976 protagonizada por Gregory Peck y Lee Remick, tenemos una grata noticia: la precuela titulada La primera profecía es una notable película que bebe del legado de aquella, abrazando algunos de sus rasgos estilísticos más característicos.

De esta manera, podemos disfrutar de esos planos largos que nos muestran a los personajes como hormigas acechadas por una ominosa presencia satánica y a la espera de que se cierna sobre ellos la mala fortuna propiciada por el gran maligno.

Todo en la propuesta exuda respeto por esas señas de identidad que apela a los espectadores que disfrutaron en su día de aquella película o que incluso la tienen entre sus favoritas del género. Desde la fotografía hasta la elección del reparto, pasando por el tono que no teme volverse oscuro de verdad ni evita mostrar lo necesario.

A acompaña el hombre de incomparable voz sepulcral, s apostar por una actriz joven y relativamente desconocida que dio la campanada en series como Juego de tronos, y sobre todo Servant, y que lleva gran parte del peso de la trama sobre sus espaldas jugando bien con un amplio abanico de expresiones.

A Nell Tiger Free la acompaña el hombre de incomparable voz sepulcral, Ralph Ineson en el rol del padre Brennan, a quien dio vida Patrick Troughton en la película original.

El guión está bien orquestado para enlazar con la película volviendo a contar incluso someramente la historia de Robert y Katherine Thorn y rellenando con información muy relevante todos los hechos previos a la adopción del pequeño Damien. Pero La primera profecía no se contenta solo con eso, sino que deja un resquicio para poder ampliar el relato.

Nunca desprecies el poder de la fe... ni el del miedo

El punto de partida no nos puede resultar más familiar porque ha venido siendo el mismo en un buen puñado de producciones recientes o que están por estrenarse como La monja, Hermana muerte o Immaculate: una joven novicia es enviada a un convento para iniciar una vida de servicio tomando los votos.

Sin embargo, al poco de llegar a Roma, Margaret ve cómo su fe se tambalea a pesar de que el padre Lawrence la reciba con los brazos abiertos. Una de sus compañeras, con la cual se hospeda, la incita a probar los placeres a los que está a punto de renunciar.

Preocupada por el bienestar de una adolescente a la que mantienen recluida en una celda especial, tratará de descubrir su pasado mientras desde fuera es alentada por el padre Brenan para acceder a su expediente y destapar una conspiración aterradora.

Parece haber un plan maestro para concebir a la encarnación del mal, urgido en el seno de la propia iglesia católica, como revulsivo al desinterés que despierta la religión en las nuevas generaciones. 

Si bien La primera profecía es una película que funciona muy bien, con secuencias brutales y una ambientación setentera que le sienta de maravilla al relato, también es cierto que abusa en algunos momentos de la ingenuidad del espectador. El principal giro de guión es de lo más previsible, aunque es un pecado de lo más perdonable por el festival que despliega la película ante nuestros ojos.

Podemos dejar por escrito sin que nos tiemble el pulso que La primera profecía es el mejor relato derivado La profecía... o, como poco, el que mejor ha sabido leer su ADN para hacernos llegar una experiencia de visionado que se acerca a sus orígenes. ¡Y a todo esto, se trata del debut en la dirección de Arkasha Stevenson!

Y no solo eso, en un año en el que el terror está siendo bastante decepcionante (ni La piscina ni Imaginary han estado a la altura de las expectativas) es la primera película del género que conseguirá mantener a la audiencia al borde de la butaca, mordiéndose las uñas o bien asomando un ojo entre los dedos.

Solo podemos quitarnos el sombrero ante una película de lo más satisfactoria a la que solo un limado en la sala de montaje habría conseguido mejorar. Honra su calificación R y nunca aburre en sus 120 minutos de metraje, pero no deja de ser cierto que hay secuencias que se podrían haber cortado sin dañar el resultado final un ápice.