The Walking Dead ha desencadenado una franquicia enorme repleta de luces y sombras que AMC quiere exprimir hasta que no queden muertos, ni vivos.
Durante más de una década, The Walking Dead ha sabido apañárselas para enganchar a una legión de fans de las historias de zombis, caminantes, como se denominan en el universo creado a partir de los cómics de Robert Kirkman.
AMC se encontró con la gallina de los huevos de oro cuando lanzó la serie en 2010 sin ser conscientes del todo de que acababa de dar vida a un monstruo que se mantendría en emisión hasta 2022.
Además, The Walking Dead ha generado una franquicia televisiva en auge con spin-offs como Fear the Walking Dead, Tales of The Walking Dead o The Walking Dead: World Beyond.
La fiesta no se detuvo ahí, ya que tenemos con nosotros The Walking Dead: Dead City y, próximamente, The Walking Dead: Daryl Dixon y The Walking Dead: Summit, la serie con el regreso de Rick y Michonne.
Negar que The Walking Dead ha sido un éxito es engañarnos a nosotros mismos. La serie, con sus problemas, de los que ahora hablaré, sigue generando interés en su base de fans y, en su momento, fue un fuerte revulsivo para el género zombi en televisión cuando parecía estar perdiendo tracción.
En la gran pantalla, salvo éxitos esporádicos como Bienvenidos a Zombieland, el género estaba de capa caída. Sumado a que la producción para televisión de este tipo de series no suele ser rentable, parecía que The Walking Dead dependía únicamente de la popularidad de los cómics de Robert Kirkman.
The Walking Dead no ha sido solo luces
Pero The Walking Dead sufrió en sus propias carnes el hastío que tienden a causar muchas —que no todas— series dramáticas que se extienden durante demasiadas temporadas.
Las temporadas centrales de la serie son un páramo en el que apenas pasa nada: episodios tediosos que hicieron que una cantidad ingente de fans se bajasen del barco porque tenía toda la pinta de zozobrar hasta hundirse.
Los personajes se hicieron cada vez más repetitivos y, aunque llegaban nuevas incorporaciones, no eran tan atractivas como las de las primeras temporadas.
Al final, en un apocalipsis zombi, hay un límite de historias que puedes contar si quieres mantenerte fiel a la trama principal. Ni siquiera las muertes relevantes terminaban de cautivar al público.
Hubo un cambio de paradigma en la temporada 9 que logró servir de revulsivo, pero The Walking Dead no volvió a ser lo mismo que era en las primeras entregas. AMC generó su propio enemigo, en cierto modo, con Fear The Walking Dead, saturando con el género a muchos fans al tener dos series del mismo universo y tan similares en emisión simultánea.
Las pérdidas de algunos actores, incluyendo a Andrew Lincoln (Rick) y Danai Gurira (Michonne) tampoco ayudaron a mejorar la situación, aunque alimentan el hype por su regreso próximamente.
No obstante, AMC puede pasar de cometer errores conocidos a otros nuevos para la cadena. La cantidad de spin-offs que quieren lanzar hace que sea imposible no comparar con Marvel o Star Wars y la siempre recurrente fatiga del género.
A veces, tratar de exprimir tanto a la gallina de los huevos de oro no es buena idea. Te puede salir la jugada más o menos bien, como sucedió con Tales of the Walking Dead, o el piscinazo puede ser tremendo, y producir una serie no es barato.
Lo mejor que tiene The Walking Dead en estos momentos, es su base de fans. Son ellos quienes mantienen la franquicia audiovisual y, en última instancia, traen de regreso a otros fans que se desengancharon de la serie en el citado páramo del tedio.
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