Crítica de La invitación: la reformulación light de un clásico de terror

Lo primero que os preguntaréis, queridos lectores, es si La invitación (tituladaThe Invitation en versión original pero sin relación alguna con la película homónima de 2016) es un thriller psicológico o una película de terror al uso.

Uno de sus principales problemas es, de hecho, que no tiene muy claro qué quiere ser hasta su último tercio, donde se decide al fin por el género del terror, aunque sin renunciar a ciertas pinceladas de humor negro.

De hecho el guión corre a cargo de Blair Butler, a quien podéis recordar por trabajos anteriores como Polaroid o Hell Fest y que estuvo también ligado a la cancelada Helstrom.

La invitación nos presenta a Evie, una joven que trata de sobrevivir por su cuenta tras la muerte de su madre. Aunque su pasión es la cerámica, se gana la vida como camarera en eventos para ricachones cuya forma de vida, despreocupada, envidia. 

Un buen día, consigue un test de ADN gracias al cual descubre que tiene familia en Inglaterra. Un primo suyo se pone en contacto con ella y le propone conocerla en persona. Evie, que no podía ni siquiera imaginar que tenía parientes, es invitada a una mansión en la campiña inglesa, donde va a tener lugar una fastuosa boda.

A pesar de sus reticencias iniciales, termina embarcándose en el viaje que la llevará a conocer la desgracia que arrasó con la vida de la anterior señora de la casa y que la llevó a suicidarse. Pero antes, conocerá a Walter, el joven y apuesto heredero del que se enamora a primera vista y con el que vive un fugaz idilio.

Cuando a los decorados se les ven las costuras...

La invitación es una película de ambiciones y carencias. Quiere recrear los escenarios de las películas góticas de terror clásicas emulando esas inmensas mansiones llenas de recovecos, claroscuros y lugares siniestros.

La directora incluso tiene la voluntad de buscar planos complicados, con tiros de cámara inusuales, muy escorados y otros contrapicados que realzan el tamaño de la construcción y la posición de los personajes respecto a las relaciones de poder que hay entre ellos.

Sin embargo, todo ese esfuerzo es vano si tenemos en cuenta que la producción luce de baratillo y los giros (hacia el romance, la denuncia social, el suspense, la comedia involuntaria) no hacen más que distraernos de la historia principal, que empieza a cuajar por fin al final del metraje. 

La cuestión es... ¿Compensa? Pues no demasiado, porque a la película le falta arrojo como para volverse loca del todo y abrazar su lado más kitsch y desde luego está lejos del estándar básico de calidad que haría que pudiéramos tomárnosla en serio. 

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... pero la protagonista luce espectacular

En verdad es Nathalie Emmanuel la que levanta la película por sí misma. La actriz, a la que hemos visto en el papel de Missandei en Juego de tronos y en la familia de Toretto en la saga Fast & Furious, se entrega al papel completamente dando buen resultado como actriz y como modelo de los despampanantes looks con los que desfila por la pantalla.

Es el apartado de vestuario y peluquería de la película lo que destaca en cuanto a los valores de producción, como se puede apreciar ya observando el tráiler.

Por lo demás, Emmanuel también tiene buena química con el actor Thomas Doherty, que se convierte  en su interés amoroso rápidamente.

Haciendo balance, La invitación es una película de terror muy ligeraque fracasa en su intención de refrescar el género y se pierde demasiado hasta llegar a un desenlace que sabe a poco. Los amantes del terror tendrán que esperar a otra ocasión para asustarse de verdad en el cine.

Dicho lo cual, no podemos dejar de señalar hay sustos en la película casi desde el primer momento, de esos que abusan de los picos de sonido y tiran de recursos algo manidos pero eficientes como las sombras, las uñas alargadas, las estancias prohibidas o las falsas identidades. 

Sirva como advertencia que el guión también se toma grandes licencias para hablar de criaturas del imaginario del terror que se perciben al final como trampas para sorprender al espectador... lo que puede ser molesto para los fanáticos más puristas.