Aunque la historia que late de fondo en Secretos de un escándalo es justo eso, una mediática noticia que saltó a la prensa en su día y que puso de manifiesto una relación asimétrica entre una treintañera y un adolescente de trece años, la intención verdadera de la película no es centrarse en esos hechos sino en las consecuencias a largo plazo para los implicados.

Vaya por delante que no hay ninguna voluntad ni siquiera remota de tener un valor documental: es una película que cambia nombres, situaciones y moldea la historia a su antojo para bucear en la psique de unos personajes atormentados, obsesionados, arrasados por la culpabilidad pero también manipuladores, enfocados a sus objetivos y profundamente egoístas. 

El paso de los años y la crianza de tres hijos no hacen menos complicado el encaje con el matrimonio previo de esa mujer que ha pasado incluso por la cárcel acusada de abuso y violación de un menor y ha concebido estando recluida, saltándose órdenes de alejamiento y desafiando al sistema. Por amor, se supone.

Nada más desconcertante que introducir en su aparente normalidad familiar a una observadora externa: una actriz de cine independiente obsesionada con mimetizarse con ella para buscar algo tan escurridizo e incognoscible como "la verdad". La pantomima de la aceptación social no resiste una mirada rigurosa, lo que hace que se tambalee el castillo de naipes.

Quiero ser tú, aunque te desprecie

Secretos de un escándalo es una película difícil que muestra las grietas de un hogar en descomposición, edificado sobre unos cimientos endebles y con un personaje, ese hombre que nunca deja de ser un niño, clamando por liberarse de alguna manera (la metáfora de la mariposa monarca es evidente).

Pero el verdadero atractivo de la cinta no es ese trasfondo nada sutil, ni la puesta en escena, siempre al servicio del extrañamiento jugando con los saltos de eje, con la sensualidad de lo prohibido y la superposición física y emocional de las dos protagonistas sino el duelo interpretativo de Julianne Moore y Natalie Portman, ambas magníficas en sus respectivos papeles.

¿Qué hay de la cadencia narrativa? Haynes se muestra ensimismado en su tarea de filmar a estas dos fenómenas (no es de extrañar) y el metraje se le va a los 117 minutos sin que en verdad sean necesarios muchos de los subrayados introducidos, sobre todo mediante una efectista banda sonora que hace que la película trastabille hasta la frontera de lo ridículo.

Tiene tan claro que hacer de Secretos de un escándalo una apuesta provocadora más allá de lo relativo al argumento que se aproxima de forma preocupante a lo grotesco.

Es, a fin de cuentas, una película muy irregular, con secuencias magníficas y cargadas de significado como la de la elección del vestido de graduación de la hija de la protagonista o la de la sesión de maquillaje mezcladas con otras que no aportan gran cosa y nos mantienen en la indiferencia, sin conseguir conectar emocionalmente con los personajes.

Todos ellos tienen áreas en sombra a las que no conseguimos acceder: sabemos cuáles son sus resortes pero no terminamos de dejar de percibirlos como crípticos. Tampoco es que el guión sea especialmente claro en ciertos aspectos coqueteando con una ambigüedad a menudo incoherente.

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Se masca la tensión, se percibe la incomodidad permanente, el duelo de dos contrincantes que pugnan en una lucha constante de admiración y amenaza arraigada en la identidad, pero al finalizar la película, da la sensación de que hay muchas capas de la historia que no se han exprimido y que toda esa telúrica fuerza se ha diluido sin llegar a puerto.

El desarrollo de Secretos de un escándalo es por momentos interesante; el desenlace, es tibio y poco memorable. Una ocasión perdida de mostrar un choque de trenes.