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Crítica de El triángulo de la tristeza, la brutal sátira que se alzó con la Palma de Oro en Cannes

El triángulo de la tristeza

Ruben Östlund escribe y dirige El triángulo de la tristeza, una brutal sátira que aspira a tres premios Óscar y se alzó con la Palma de Oro en Cannes. Estreno el 17 de febrero.

El director sueco Ruben Östlund regresa por sus fueros con El triángulo de la tristeza, Palma de Oro en Cannes (por segunda vez) y aspirante a tres premios Óscar: mejor película, dirección y guión original. Como buen cronista decide poner la mirada en el mundo de la moda y de las altas esferas para deconstruir su posición de privilegio de la manera más escatológica posible.

Así mete en la coctelera sátira social, comedia irreverente y litros de vómito, pero no de cualquier clase: caviar, champagne, sopas de marisco y otras delicatessen serán las que salgan a borbotones de los cuerpos de los aturdidos millonarios que pueblan un crucero de lujo que se hunde mientras los personajes están aún "in den wolken" ("en las nubes").

Vaya por delante que El triángulo de la tristeza no es una película para todos los públicos y que habrá quien la encuentre incluso algo reiterativa en su mensaje iconoclasta porque se extiende hasta las dos horas y veinte en primer lugar, y porque al igual que le sucedía a la recientemente estrenada Almas en pena de Inisherin, tiene un sentido del humor tan negro que puede resultar excesivo.

La película nos presenta a un modelo de ropa masculino y a una influencer que forman una pareja bastante tóxica. Además de sus habituales riñas por ver quién manipula más a quien respecto al dinero, se traen entre manos un viaje que, por supuesto, no les ha costado nada.

 

Así se embarcan en un crucero de lujo en el que el capitán siempre está borracho, la tripulación bebe los vientos por agradar a los pasajeros (y sacarles así la mayor cantidad posible de dinero) y comparten las instalaciones con vendedores de estiércol, comerciantes de armas antipersona y una mujer que ha sufrido un ictus y apenas puede articular una frase.

Las tornas se invertirán cuando una esperada tormenta para la que nadie se prepara azota a la embarcación en plena "cena del capitán". 

rimero se volverán del revés los estómagos de los asistentes, que tratarán de calmar las náuseas con champagne y después serán sus vidas las que darán un giro pasando da depender de la limpiadora de los retretes para poder subsistir en la isla en la que naufragan.

Un ruso capitalista y un americano marxista

El triángulo de la tristeza es un juego de contrastes: una película en la que lo importante es poner patas arriba el orden establecido. Lo vemos desde las primeras secuencias en las que se insta a un hombre joven y atractivo a recauchutarse con bótox y quien poco después da cuenta de la banalidad de su relación con su pareja, a la que aspira pedirle matrimonio aunque todo sea pura patraña.

Se disecciona el mundo de las apariencias (sensacional la pareja de adorables ancianos experta en granadas y minas antipersona y su desenlace), la dicotomía entre el capitalismo y el marxismo y cómo los aforismos y las realidades han terminado uniendo los polos opuestos y cómo la opulencia termina por desequilibrarlo todo.

El triángulo de la tristeza

Avalon

Buenas interpretaciones principales con Harris Dickinson (Beach Rats) y la inesperadamente fallecida actriz sudafricana Charlbi Dean (Spud) llevando la batuta de la función, si bien no podemos dejar de señalar la aparición esporádica de Woody Harrelson (Tres anuncios a las afueras) en el rol de capitán.

Como es habitual en las películas del cineasta, la idea no es hacernos reír a carcajada limpia, sino diseccionar una sociedad abúlica y cada vez más hundida en su hedonismo. Son algunos los que disfrutan de los grandes privilegios de una economía desahogada, pero en verdad es a lo que aspira todo el mundo: tener poder... no para cambiar las cosas y generar un sistema más justo sino para usarlo.

Así que si analizamos fríamente la película, ¡poca broma! No deja de ser hilarante ver salir un géiser dorado de las bocas de los ricachones, pero está en la línea de películas como El menú, enarbolando la bandera de la crítica social que no deja títere con cabeza.

VALORACIÓN:

Östlund traza una crónica de la caída de las clases pudientes haciendo naufragar su crucero de lujo. Su comedia corrosiva hace el resto gracias a su capacidad para llevarlo todo a un terreno de civilizada brutalidad.

LO MEJOR:

Todos los momentos en los que el guión ataca sin pudor a la sociedad materialista y hedonista en la que vivimos. Tira con bala.

LO PEOR:

Parecemos un disco rayado, pero es la verdad: la duración. Se recrea en las mismas ideas una y otra vez, con 45 minutos menos de metraje sería redonda
Hobby

75

Bueno

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