Crítica de Asedio, una película densa con problemas para hilar discursos

Miguel Ángel Vivas estrena nueva película esta semana y lo hace en clave de thriller claustrofóbico contando con una de las actrices más talentosas de su generación: Natalia de Molina que lo mismo clava un papel cómico en Operación Camarón que uno dramático mucho más intimista como el de La maniobra de la tortuga.

En esta ocasión, en Asedio, sostiene prácticamente sobre sus hombros la propia película, al ser la absoluta protagonista y guiar la acción de principio a fin. Interpreta el papel de Dani, una policía antidisturbios que se ve inmersa en un problemático desahucio.

A pesar de que siempre ha tenido claro cuáles eran sus principios y sus objetivos: hacer cumplir la ley, honrar su bandera, proteger a los suyos y llevar un sueldo a su casa, las cosas se van a torcer y mucho en un barrio conflictivo de Madrid, donde se verá tentada, por primera vez, a delinquir al encontrar una importante suma de dinero escondida.

Con la firme voluntad de salvar su pellejo, emprenderá una huida febril por los laberintos que se esconden en el edificio y que la llevarán a conocer un violento episodio de corrupción y un territorio ajeno a su realidad, donde la autoridad de la policía no vale nada y donde no será bien recibida.

Solo contará con la ayuda de Nasha y su hijo Little, una familia nigeriana resiliente que hará que se replantee su escala de valores y se dé cuenta de la magnitud del problema: el sistema está podrido y ella, muy a su pesar, forma parte de él.

Hay aspectos de Asedio que funcionan como un reloj: quiere meter tensión desde el primer instante (inevitable la comparación con Antidisturbios por la elección de largos planos secuencia en un desalojo) y lo consigue gracias a la fórmula de la cámara en mano, los planos muy cerrados sobre el rostro de la protagonista y toda una coreografía coral muy bien estudiada.

Sin embargo, tiene serias dificultades para conseguir algunas cosas que son imprescindibles para que la película sea verosímil y consiga implicar emocionalmente a la audiencia: crear empatía hacia la protagonista (esas secuencias interminables de "El ramito de violetas" y de la discoteca no la hacen más humana) y crear un submundo de pobreza crudo, pero creíble.

Es de valorar de forma muy positiva la entrega de Natalia de Molina: como decimos es su personaje el que nos lleva a conocer el sustrato social más humilde tal como lo hiciera desde la sátira de ciencia-ficción El hoyo, pero da la sensación de que las tintas se han cargado demasiado para llevarlo todo a un patetismo y una exageración que roza el delirio.

Es más, la introducción, es hasta desconcertante y cuesta mucho unir el discurso ligado a la realidad con esos orígenes de Nasha y su hijo, que se hunden en lo legendario. Dicho esto, también hay que subrayar que Bella Agossou es una verdadera fuerza de la naturaleza.

Defiende su papel desde las entrañas con una fiereza encomiable y, ella sí, consigue que como espectadores nos posicionemos de su lado al instante.

El discurso de Asedio es a veces difícil de comprar porque los personajes parecen demasiado planos y pensados para para dirigir la historia en un sentido muy unidimensional: no hay escala de grises solo villanos muy definidos (Francisco Reyes lo borda otra vez) y víctimas aplastadas por los engranajes de la perversidad del sistema.

A la película le falla el montaje y el foco: habría merecido la pena seguir la historia a través de los ojos de Nasha y explorar entonces la relación de una buena persona empujada a los márgenes de la sociedad con alguien en proceso de abrir los ojos desde dentro de un cuerpo desautorizado por sus corruptelas.