Crítica de Extraña forma de vida: un corto algo descafeinado que deja con ganas de más

En estos tiempos de películas interminables que muchos califican como "test de estrés para las vejigas" llega Almodóvar, uno de nuestros directores con mayor proyección internacional y decide rodar un western de media hora de duración apostando por el cortometraje y reuniendo a nuestro talento patrio con dos estrellas internacionales en la cresta de la ola en Extraña forma de vida.

Hablamos de Ethan Hawke, que vive un momento dulce tras sus celebradas apariciones en Black Phone, Caballero Luna y El hombre del norte; y Pedro Pascal, cuya popularidad ha subido como la espuma al haber estrenado recientemente El insoportable peso de un talento descomunal (haciendo un tándem descacharrante con Nic Cage), The Last of Us y la nueva temporada de The Mandalorian.

Esto solo puede conseguirlo un creador tan único y excéntrico como este manchego de mirada única que ha dicho haber creado su propia contestación a una obra magna como es Brokeback Mountain... ¡18 años después! 

Sigue los pasos de La voz humana, su primer trabajo rodado en inglés y protagonizado por Tilda Swinton en 2020, si bien siempre ha mostrado cierto interés por el formato, tanto en sus comienzos con minipelículas como Muerte en la carretera (1976) y Salomé (1978), como a modo de spin-off como en el caso de La concejala antropófaga (2009), nacida de Los abrazos rotos.

En Extraña forma de vida, cuenta además con la poderosa colaboración de Saint Laurent y Anthony Vaccarello dejando constancia de que no solo estamos ante un romance gay en el desierto, sino que además se va a desplegar ante nosotros una película en la que la moda lleva la voz cantante. ¿Es un anuncio carísimo y con sello de autor? Pues casi podría decirse que sí.

¿De qué trata Extraña forma de vida?

De primeras, nos presentan a Silva, un hombre que se aproxima a la población de Bitter Creek para visitar al sheriff Jake, quien fuera su amante veinticinco años atrás cuando ambos ejercían como pistoleros a sueldo.

La química entre ellos es patente desde el primer instante y ambos celebran su reencuentro bebiendo de más y entregándose a sus pasiones, pero cuando al día siguiente Silva le expone la verdadera razón de su visita, Jake explota y se produce un conflicto de intereses inesperado.

Rodada en el desierto de Tabernas, esta película nos remite al contexto del oeste americano, aunque está en las antípodas de buscar veracidad despegándose completamente de la realidad y asumiendo los códigos del cine de Almodóvar: todas esas constantes en su carrera que hacen que su sello autoral haya quedado impregnado de forma indeleble en la cinta.

Así, podéis esperar una minuciosa planificación de los tiros de cámara y del montaje, con frecuentes y significativos primeros planos, mucho color, un romance elegante y sorprendentemente poco picante con uno de los fundidos a negro más frustrantes de su filmografía y una exquisita BSO de Alberto Iglesias.

Lo de Manu Ríos es más un cameo próximo al estatismo para disfrutar de su presencia (es como un hermoso busto al que adorar) que un papel en sí mismo y también resulta casi anecdótico el flashback de los odres de vino que, más allá de su indudable magnetismo festivo y su despliegue de virguerías de vestuario, no aporta mucho contexto.

En términos generales, Extraña forma de vida respira por sí misma pero nos deja con ganas de más: conocer el pasado común de esta improbable pareja que rompe con los arquetipos de la masculinidad de la época, verlos ejerciendo de pistoleros en plena acción... y verlos también en la batalla más íntima.

Hasta The Last of Us ha arriesgado más para contar una historia de amor entre dos hombres, haciendo una radiografía de lo que supone ese "cuidar el uno del otro" que se expone aquí de forma muy honesta, pero también menos emocionante y más discursiva.