Cineasta, crítico y divulgador cinematográfico: el norirlandés Mark Cousins ha filmado obras documentales esenciales como La Historia del Cine: Una odisea, de 15 horas de duración, y es el autor de Historia del Cine.

En los últimos tiempos se ha adentrado también en ciertos iconos culturales y referentes del sector como es el caso de La mirada de Orson Welles o Jeremy Thomas: una vida de cine.

Ahora estrena el documental Mi nombre es Alfred Hitchcock, que coquetea con la idea de que el propio director británico hubiera establecido un diálogo con la audiencia actual. Es un ejercicio de imaginación en el que se entrelazan verdades y mentiras, fantasías y hechos contrastados.

Este falso documental se delata rápido cuando nos anuncia que ha sido rodado y locutado por él mismo, algo que corrige en el desenlace señalando la verdadera autoría y quién le ha prestado su voz a esta identidad ficticia de Alfred Hitchcock.

Hay que quitarse el sombrero ante el ganador del BAFTA por The Big Impression Alistair McGowan, que calca las inflexiones de su dicción. Eso se lo perderán los espectadores que no vean la película en VO.

También da pistas del engaño cuando se alude al ritmo de vida frenético que llevamos hoy día o a los dispositivos móviles pero, por lo demás, supone un análisis de lo más interesante de sus películas, sin detenerse solamente en las más famosas: Rebeca, Con la muerte en los talones, Marnie, la ladrona, Los pájaros, La ventana indiscreta o Psicosis.

Un juego de espejos que casa muy acertadamente con la forma en la que el propio Hitch buscó siempre impactarnos como espectadores, jugar con nuestras expectativas, sorprendernos y hacernos pensar sobre nuestra propia naturaleza sin renunciar nunca al entretenimiento ni al deleite estético.

El dominio de la escena, de los detalles, de las formas, el color, el vestuario y la composición de los planos es objeto de atención y estudio desde su fase en el cine mudo hasta sus últimas películas de modo tal que pueden verse paralelismos, procesos de aprendizaje ensayados hasta obtener el resultado deseado o indagaciones formales por pura curiosidad.

La idea es que Hitch nos devuelva la mirada y nos explique sus obsesiones mientras recorre algunos hitos de su periplo vital, como la relación de simbiosis con su esposa Alma, su incertidumbre ante el nacimiento de su hija, el marcapasos que tuvieron que ponerle o ciertos viajes que le inspiraron especialmente.

No se detiene especialmente en el plano personal, pero sí aporta pinceladas importantes que relaciona con sus películas y las hace en cierta manera más comprensibles.

El único punto débil de este documental es el de abusar de las fotos fijas, aunque animadas, del director, rompiendo la cuarta pared. Es un recursos que empieza inquietando y termina siendo irritante por acumulación.

Y, ¿por qué ahora Mi nombre es Alfred Hitchcock? Tiene lógica dado que en 2022 se celebró el centenario del rodaje de su primer largometraje. Aún a día de hoy, tanto tiempo después de su muerte en 1980, sigue siendo uno de los cineastas más influyentes de la Historia del Cine y se le sigue homenajeando de una u otra forma.

Recientemente, sin ir más lejos, en la serie The Afterparty, en un episodio que trata de imitar su estilo y sus forma de planificar las secuencias. Su indeleble huella y legado perdura en el tiempo y como genio sigue siendo inspirador profundizar en su modo de mirar y de atrapar en sus telas de araña a la audiencia.

En resumidas cuentas: Mi nombre es Alfred Hitchcock es una cita ineludible para estudiantes de cine y amantes de su filmografía. Una ocasión excepcional para aprender un poco más sobre su obra.