Crítica de Shôgun, un estilizado viaje al pasado de la mano de Hiroyuki Sanada

A los que peinen canas el título de Shôgun les será familiar dado que ya hubo una serie en 1980 protagonizada por Richard Chamberlain y Toshirô Mifune que adaptaba la misma historia: la del primer inglés que pisó Japón, el navegante William Adams (rebautizado en la ficción como Jack Blackthorne).

Iba a ser una serie de diez episodios narrada por Orson Welles y finalmente se transformó en una miniserie de tan solo cinco que tuvo bastante impacto en la audiencia, aunque su estreno se antoje ya muy lejano.

Aunque muy bien valorada en su momento, palidece ahora ante la serie producida por FX que Disney+ acaba de estrenar y que se desenvolverá a lo largo de diez episodios de los cuales ya han visto la luz los dos primeros el pasado 27 de febrero. A partir de este momento se lanzará un nuevo episodio cada martes. Terminará de emitirse, por tanto, el 23 de abril.

Justin Marks y Rachel Kondo han creado esta nueva serie de Shôgun basándose en la novela de James Clavell y apoyándose en un bien nutrido grupo de guionistas que han puesto un gran celo en retratar el choque cultural entre oriente y occidente y en retratar los usos y costumbres niponas con el mayor respeto.

La acción arranca con la llegada de un buque noruego a la costa japonesa con el inglés Jack Blackthorne liderando como piloto la expedición. Hiroyuki Sanada (que ejerce asimismo como productor) da vida a Lord Yoshii Toranaga, que lucha por mantenerse con vida mientras sus enemigos del Consejo de Regentes se unen contra él y lo mantienen arriconado.

Cuando un misterioso barco europeo aparece abandonado en un pueblo pesquero cercano, él lo capta al considedar que podría inclinar la balanza del poder y acabar con la enorme influencia de los propios enemigos de Blackthorne: los sacerdotes jesuitas y los mercaderes portugueses. 

Los destinos de Toranaga y Blackthorne están irremediablemente ligados a su traductora, Toda Mariko, la última de un linaje caído en desgracia. Mientras sirve a su señor inmerso en este tenso panorama político, Mariko debe compaginar su reciente amistad con Blackthorne, su compromiso con la fe cristiana que la salvó y su lealtad hacia su difunto padre.

Shôgun es, en primer lugar, una serie que entra por los ojos porque cuenta con un diseño de producción espectacular. Está muy bien ambientada y sobresale, por encima del resto de los apartados técnicos tanto la fotografía como el vestuario, de una gran riqueza y que ayuda muy bien a comprender el estatus y la evolución de los personajes.

Otro de sus puntos fuertes son las interpretaciones: Cosmo Jarvis es probablemente el eslabón más débil de una cadena repleta de aciertos en la que Hiroyuki Sanada (Mortal Kombat) y Anna Sawai (Monarch) son los grandes exponentes, si bien están muy bien acompañados por un apabullante reparto japonés, un hecho sin precedentes en una superproducción estadounidense de esta envergadura.

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Incluye a Tadanobu Asano como Kashigi Yabushige, un conocido traidor y estrecho aliado de Toranaga; Hiroto Kanai como Kashigi Omi, el joven líder del pueblo pesquero donde se encontró el barco de Blackthorne; Takehiro Hira como Ishido Kazunari, un poderoso burócrata y principal rival de Toranaga.

A ellos se unen Moeka Hoshi como Usami Fuji, una viuda que debe encontrar su cometido en medio de la lucha de su señor; Tokuma Nishioka como Toda Hiromatsu, el general de confianza y amigo íntimo de Toranaga; Shinnosuke Abe como Toda Hirokatsu (“Buntaro”), el celoso marido de Mariko.

Y completan el elenco Yuki Kura como Yoshii Nagakado, el impetuoso hijo de Toranaga que ansía demostrar su valía y Fumi Nikaido como Ochiba no Kata, la respetada madre del heredero que no se detendrá ante nada para acabar con Toranaga ya que pone en peligro el poder de su hijo.

A quien se lo pregunte, sí, estamos ante un Juego de tronos a la japonesa en el cual hay numerosos giros de guión, traiciones, estrategias y maquinaciones en la sombra. Hay espacio para la guerra, para el romance, para la intriga política y para las pugnas por el poder sin que dejen de mostrarse las contradicciones de una cultura asediada por la religión y por una voraz Europa imperialista.

Esto quiere decir también que es una serie que se toma su tiempo para desarrollar la trama: de hecho va de menos a más así que aunque le cueste un poco arrancar y presentar a sus numerosos personajes, todo ese tiempo se ve recompensado pronto.

Que nadie esté tentado de bajarse en el primer episodio, que pronto llegan curvas y, aunque hay algunos pasajes algo predecibles, otros resultan mucho más sorprendentes. Es una serie que merece mucho la pena.