Hay pocos seguros en el género de la comedia como tener buenos intérpretes y juntar a Miren Ibarguren (Supernormal) y Pepa Charro (Arde Madrid) en una película prometía una buena palada de risas. Sin embargo, La novia de América no les da la herramienta esencial para lograrlo: un buen guión. En pocas palabras, no hay improvisación que lo salve.

Los hermanos Charo y Alfonso Albacete firman un libreto filmado por este último en coproducción con México. Y en él, básicamente, se dedican a explotar los clásicos choques culturales entre españoles y mexicanos retratándonos a nosotros como serios, estirados y algo prepotentes y a ellos como "dulces salvajes", seres apasionados garantes del buen vivir.

No es ya solo que esto sea un tópico manoseado en las comedias nacionales, que lo han explotado a diestro y siniestra desde que aterrizó Ocho apellidos vascos en las carteleras sino que, por más que se busque la chanza, somos naciones hermanas y nos conocemos demasiado bien como para que nos riamos de los chistes facilones (y hasta irrespetuosos) que nos plantean.

La novia de América nos cuenta la historia de Ana, una mujer que acaba de asistir a la boda de su ex con su mejor amiga y que siente un profundo resquemor hacia el género masculino. Para colmo de males su padre le anuncia que va a casarse con una mujer mexicana a la que conoció hace solo unos meses... por Internet.

Convencida de que va a ser víctima de algún tipo de estafa, Ana decide viajar a México con su hermano Tono para asistir a la boda y, si puede, boicotearla. Sin embargo, cuando le presentan a Rous, la novia de su padre su sorpresa es mayúscula, porque es mucho más joven de lo que se esperaba. 

Sin embargo Pepe, su padre, está encantado con ella y con su ruidosa familia encabezada por su madre Lupe, así que su estrategia pasa a ser que firmen un acuerdo de separación de bienes anes del enlace. 

Entre tanto, Ana conocerá al soñador Horacio, el hermano de Rous que pondrá a prueba todo lo que cree acerca de los hombres.

Finalmente ambas familias tendrán que superar sus prejuicios y abrazar sus diferencias para descubrir que no hay nada más importante que respetar (y disfrutar) las diferencias que hay entre ellos, que no son tantas.

Buen fondo, mal resultado

Leyendo la sinopsis de La novia de América es fácil comprender lo que se ha pretendido hacer: crear una película amable cuyo mensaje en última instancia sea el de la convivencia y la comprensión de las diferencias, pero por el camino no hay un chiste que funcione. A menudo es el drama familiar el que toma las riendas para recalcar una y otra vez las mismas ideas. 

Así, a la falta de originalidad de los conflictos principales, se une la ausencia de diversión en una película que dura 99 minutos pero que se hace muy larga. 

Obra en su contra lo abultado del reparto y lo poco que se exprimen sus fortalezas. Está infravalorado el talento de las estrellas de la comedia con las que cuenta la película y hay otras adiciones que no terminan de resultar precisamente aciertos de casting porque no aportan ninguna hilaridad: ni Ginés García Millán, ni Pol Monen, ni Eduardo Casanova, por ejemplo.

Por el lado internacional sí que hay más que aportar gracias a la química de la costarricense Maribel Guardia con los mexicanos Diana Bovio, Christian Vazquez, Michelle Rodríguez y Armando Espitia cuyas ágiles conversaciones son uno de los pocos momentos de desahogo de la cinta.

Pero la reina de la película es sin lugar a dudas Pepa Charro, una robaescenas de primera categoría que destila carisma y ella sí, nos roba alguna sonrisa con un personaje que va prácticamente desde el comienzo por libre y se convierte en una agente del caos de forma voluntaria e involuntaria (y es ahí donde más nos gana). 

Sea como fuere, La novia de América no podría ser más predecible y eso que se guarda un giro de guión final como si fuera el colmo de la sorpresa... Hay que prestar muy poca atención para no predecirlo. Solo nos queda esperar que nuestros hermanos mexicanos no se ofendan por esta visión tan naif de sus vidas... El visionado genera algo de vergüenza ajena.