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Se está haciendo demasiado caso al aplausómetro de Cannes, y las ovaciones no siempre son razonables

Aplausos en Cannes

El aplausómetro de los grandes festivales de cine sigue generando noticias, aunque hace eones que carece de sentido y, peor aún, fiabilidad.

Todo cinéfilo sabe que, cuando se acercan los grandes festivales: Cannes, Venecia, Toronto, también lo hacen las noticias de las "grandes ovaciones que ha recibido lo nuevo de X". Servidor ha escrito unas cuantas en HobbyCine en los últimos años y ni siquiera son todas las que van surgiendo, ni todas las que se han visto a lo largo de la historia.

Este aplausómetro se convierte en un modo de generar expectación por películas, muchas de las cuales ya habían captado la atención de audiencia y medios.

El Festival Internacional de Cine de Cannes de este 2024, por ejemplo, ha tenido dos casos muy claros: Horizon: An American Saga, de Kevin Costner, y Megalópolis, de Francis Ford Coppola.

Los dos son proyectos que ya sonaban con intensidad antes de que diera comienzo el festival, y recibieron sendas ovaciones de varios minutos con el público asistente aplaudiendo como focas ante un cubo de arenques.

Luego llegó la crítica especializada y desinfló el globo de las dos películas con reseñas mixtas en las que se destacaba una polaridad importante en cómo se había recibido cada proyecto.

Este blog no es para dirimir si Megalópolis u Horizon: An American Saga - Capítulo 1 son o no buenas películas, aún no he visto ninguna y es absurdo que me meta en ese charco, sino para hablar de lo inútil que es el aplausómetro y cuán superfluo ha sido siempre.

Llamar la atención: el deporte más antiguo del mundo

Un festival de cine tiene poco que envidiar a un concurso de belleza: ambos se basan en la popularidad. Hay excepciones, claro, pero la mayoría de ocasiones vemos como películas grandes o con figuras célebres implicadas se llevan la atención, las fotos, los premios y, claro, los aplausos.

Seguro que has leído muchas veces eso de "la desconocida película de la que todo el mundo hablaba en el Festival de Venecia", pero de la que el público empieza a oír hablar semanas o meses después.

Mientras, claro, te cuentan que a Dune: Parte Uno la aplaudieron hasta con los pies durante 8 minutos o cómo se emocionó Brendan Fraser con La ballena —ambas merecidas en mi opinión, solo las uso como ejemplo—. Pocos o ningún medio te contarán que a esa película desconocida la han aplaudido hasta romperse las manos, porque seguramente no habrá pasado.

Luego salen un 100% de reseñas positivas y la gente se pregunta "qué ha pasado? ¿De dónde sale esta película?".

Bueno, aquí entra el tema a tratar en este punto: la popularidad que, al igual que en la política, acostumbra a importar más que todo lo demás, incluyendo la aptitud.

Hay cierto consenso para que, mientras las películas llamativas acumulan ovaciones "foqueras", llantinas y demás, estas películas desconocidas se muevan realmente en el mercado, que es lo que van a hacer a los festivales. Para muchas, es la ocasión de mostrarse y encontrar distribución, aunque Megalópolis ha tenido ese mismo caso a gran escala este año.

También hay que decir que a las proyecciones de proyectos menos conocidos asiste menos gente y, además, aunque hayan disfrutado como locos de lo visto en pantalla, no se quedan eternamente chocando las manos. Como mucho hay un pequeño clamor y ya. Lo que nos lleva al siguiente punto.

El postureo del público

Aunque hay de todo tipo de personas entre el público que asiste a festivales de cine, buena parte de esa audiencia tiene un perfil bastante concreto y, aunque sobre gustos no hay nada escrito, acostumbra a tender más hacia el cine más intelectual y de autor.

Eso ya hace que su valoración de cualquier película que se proyecte esté sesgada y, si bien no es culpa de nadie, invalida en gran medida la efectividad absoluta de los aplausómetros.

Pero eso no es nada comparado con el postureo que hay en el Grand Auditorium Louis Lumière cuando se proyectan ciertas películas con directores y elenco presente. Da igual que seas crítico y vayas a fusilar la película en cuanto llegues al hotel de forma indiscriminada: allí aplaudes hasta hacerte daño.

A veces no es tanto el postureo como el ser arrastrado por la masa, algo muy humano, por cierto, pero otras sí. No quieres ser "quien no aplaudió a Francis Ford Coppola con la película de su vida", seas de la prensa especializada o amante del cine en general.

Vuelvo al ejemplo de Megalópolis y Horizon, dos proyectos que igual rompen moldes cuando lleguen a los cines, pero cuyas primeras reacciones y reseñas están bastante polarizadas. ¿Acaso todo el público asistente a sus respectivas proyecciones en Cannes salió enamorado? No.

 

Cuanto más inmediatas son las reacciones gracias a internet, más se evidencia que los aplausómetros, pues bueno, para el momento en directo, son toda una experiencia, pero no son para nada un sistema para valorar la calidad de una producción.

Antes tampoco, pero las reacciones tardaban más en llegar y, para cuando lo hacían, la ovación ya se había enfriado. Ovaciones ha habido, hay y habrá, porque somos así, pero el medidor definitivo en todos los casos, incluidas las críticas, aunque escupa contra mi propio tejado, es la valoración personal.

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