Koreeda vuelve a sus orígenes y de paso a recalar en uno de los ejes temáticos que mejor ha trabajado a lo largo de su carrera: la familia. Rodó Monstruo en secreto en Japón, después de haber ubicado sus dos últimos trabajos en Francia y Corea del Sur (Broker). Y esto es algo que le sienta muy bien a la película porque en ella hay también una denuncia muy potente de ciertos estigmas sociales.

Monstruo está dividida en tres grandes bloques que muestran una misma historia desde tres lentes muy distintas. Solo al final el espectador es capaz de completar el puzle e interpretar lo que ha visto como le convenga.

La idea que late de fondo es la falta de humanidad: ese "monstruo" que adelanta el título y que no somos capaces de ubicar en un principio salvo a través de prejuicios.

En esta película todos los personajes guardan grandes secretos, suyos y ajenos, que harán que terminemos por comprender que quizás el engendro no es ninguno de ellos, sino más bien la necesidad de ponerle a alguien esa etiqueta.

Todo comienza una noche en la que un edificio comienza a arder. Una madre soltera y su hijo se preguntan qué ha podido suceder. El chico últimamente tiene un comportamiento algo distraído, lo que termina por preocupar a su madre, que decide ir a la escuela a ver qué sucede. 

Al indagar descubre que un profesor puede estar detrás de lo que está pasando y exige responsabilidades al centro escolar, que parece decidido a hacer la vista gorda. El comportamiento de la directora tampoco parece precisamente ejemplar, lo que la enfurece y a la vez preocupa en la medida en la que siente que su hijo puede estar en peligro.

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Sin embargo, a medida que descubrimos qué es lo que sucede realmente, la verdad va saliendo a la luz: las perspectivas del profesor y del niño son muy distintas, pero todas ellas desembocan en un suceso que va a cambiarlo todo para siempre.

Koreeda da un verdadero recital de sensibilidad al poner de manifiesto varias realidades que se solapan entre ellas: cada personaje comprende la situación a través de la información de la que dispone y las experiencias que ha vivido, pero siempre teniendo en cuenta que el mundo de los niños es críptico para todo el mundo. Solo ellos tienen la clave de la historia.

Esa misma sensibilidad para retratar cómo se van forjando sus personalidades, su relación y los conflictos con el entorno, se muestra a través de la fotografía de Ryûto Kondô, que le aporta texturas casi pictóricas a los pasajes más íntimos. Consigue crear espacios cargados de significado en el que las almas de los protagonistas parecen palpitar.

Al margen de lo aceptado socialmente

Monstruo se alzó con el galardón al Mejor Guión en el pasado Festival de Cannes porque uno de los grandes atractivos de la película es el trabajo de Yûji Sakamoto. Ya hemos hablado de su estructura, pero en su interior hay algo mucho más valioso como es el desarrollo de los personajes, máxime los niños, en proceso de autodescubrimiento.

Del mismo modo hay que alabar el trabajo del recientemente fallecido compositor Ryuichi Sakamoto pero si hay algo que es digno de ser aplaudido es el trabajo de los dos niños protagonistas: Soya Kurokawa y Hinata Hiiragi.

No es solo que sean dos niños fotogénicos a tope y que empasten bien juntos, sino que, además, tienen una habilidad prodigiosa para transmitir emociones: la audiencia se sentirá concernida de inmediato por su historia a la vez que comprenderán todos los porqués en un fantástico final que no solo le da sentido a todo sino que te parte el corazón en dos siendo bellísimo.

Hay que tener en cuenta que a lo largo de los 126 minutos de duración del metraje hay algún que otro bajón de ritmo y también cortes en el montaje que nos dejan a las puertas de desvelar ciertos misterios, lo que hace que a veces la narración sea un poco confusa, aunque sea de forma premeditada.

Con todo y con eso, son muchas más las luces que las sombras en un proyecto que retumba en la memoria y nos devuelve a un cineasta inspirado.