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Móviles, hamburguesas y conversaciones, ¿estamos perdiendo la experiencia de disfrutar en el cine?

Sala de cine

¿Estamos perdiendo la experiencia de ir al cine? Gente hablando, mirando el móvil como si estuvieran en su casa o comiendo, ¿qué está pasando en las salas?

Los tiempos cambian, y la industria de la cultura se tiene que adaptar a los nuevos hábitos ypreferencias de los consumidores. Y el futuro para el cine, entendido como una tradición centenaria de ir a una sala de cine a ver una proyección en pantalla grande, no es muy esperanzador.

Afortunadamente, tras un 2020 catastrófico, se ha recuperado algo de la vieja normalidad una vez pasada la pandemia. Pero la realidad es que ahora el viento sopla en contra de todo lo que no sea quedarse en casa consumiendo algo por streaming

La costumbre de ir al cine no se ha olvidado: sí, sabemos que Avatar 2 ha hecho más de 2.000 millones de dólares en taquilla. Pero fuera de esos grandes eventos, la afluencia al cine está decayendo y muchas salas están inventando nuevos métodos para recuperar su rentabilidad... que pueden poner en peligro la experiencia tradicional de ir al cine.

La industria del cine se ha enfrentado a toda clase de marejadas, pero quizás ninguna tan impredecible como esta. Durante años, parecía una batalla muy obvia: el cine tenía que combatir contra la piratería e incentivar a que la gente fuera al cine a ver las películas en vez de quedarse en casa y bajárselas en eMule. ¡Qué tiempos tan sencillos!

A efectos prácticos, la implantación definitiva de las plataformas de streaming supone para las productoras, distribuidoras y exhibidoras el mismo tipo de amenaza, pero naturalmente uno totalmente legal que encima está creciendo y podría suplantar la experiencia cinematográfica tradicional.

Los nuevos desafíos a los que se enfrenta el cine

Dicho de forma rápida: ir al cine cada vez es una opción menos apetecible para la mayoría de personas. 

Y aunque hay muchas razones, existe un motivo fundamental por el que esta idea ya se ha implantado en el colectivo: ya no ofrece algo exclusivo con respecto a contenido.

Las fronteras estéticas y formales entre cine y lo que seguimos llamando televisión (aunque ya no lo sea) se han derribado. Los estrenos que podemos ver en casa, sin que pasen por las salas de cine, ya no son inherentemente menores desde un punto de vista técnico.

Hoy día, las plataformas tienen una oferta equivalente a la que puedes encontrar en el cine: hay película de autor, hay animación, incluyendo películas de Disney y Pixar, y cine de cualquier género, incluso blockbusters de Marvel y Star Wars, estirados en miniseries de 5 horas.

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Sí, hay muchas películas que solo puedas ver en el cine, pero ya no tienen por qué ser mejores que las que solo se puedan ver en casa, algo a lo que nos ha acostumbrado la Netflix de El Irlandés, Marriage Story y Roma con películas que van a los Oscars cada año (este 2022 sacaron Pinocho de Guillermo del Toro, Glass Onion o Sin Novedad en el Frente). Y también Warner que durante un año estrenó sus películas simultáneamente en HBO Max (pese a las protestas de los creadores, que se veían venir esto).

Y sí, también hay muchas pelis malas en Netflix, pero simplemente porque son malas, no porque sean telefilmes.

El cine en salas pierde la exclusividad del contenido, que era su principal bastión que defendía. ¿Qué más le queda? 

La experiencia del cine: pagar una entrada que puede ser más cara que pagar un mes una plataforma, desplazarte a una sala de cine a oscuras... y jugártela a que no te arruinen la experiencia tus vecinos charlando, mirando el móvil o zampando el trío de mini hamburguesas que les ha llevado el camarero. 

¿Estamos perdiendo la experiencia del cine?

Palomitas hamburguesa

Durante décadas se ha defendido que ir al cine es una experiencia mágica imposible de replicar en casa. Tener una pantalla grande, las luces apagadas, el sonido a tope, y nada que te distraiga de una película de estreno... algo que no podías ver en ningún otro sitio.

Pero ¿qué ocurre cuando ese último requisito ya no se cumple? Si las películas de estreno ya no tienen por qué ser exclusivas del cine, y el público ya se ha hecho a la idea de ello, entonces el resto de esa experiencia mística se empieza a resquebrajar, y muchos se dan cuenta de que igual estaban mejor en casa, donde nadie más nos molestará con sus chascarrillos y la luz de sus dispositivos.

Es triste para los románticos de la experiencia del cine y muy peligroso para los que viven de ello, pero es el curso natural de las cosas. La pandemia aceleró estos cambios de costumbres, porque durante un año, quedarse en casa fuera la única opción existente. 

Pasada la pandemia, se ha visto que la situación no es tan apocalíptica ni tan inmediata como parecía: éxitos de taquilla como Avatar: El Sentido del Agua muestran que el público sigue con ganas de ir al cine. Pero no podemos apostar la supervivencia del cine en salas y de todas las cintas de la cartelera solo a taquillazos puntuales como el de James Cameron o el de Spider-Man en 2021.

De ahí que muchos exhibidores, para reducir sus números rojos, estén apostando cada vez más por fórmulas que cambian la experiencia del cine y que parecen pensadas, precisamente, para convertir las salas de cine en extensiones del salón de nuestras casas, con butacas reclinables y separadas para mayor intimidad, servicio de mesa con cafés, copas y platos carísimos... y pantallas cada vez más pequeñas.

Intento tranquilizarme pensando que esto son medidas desesperadas por un bien mayor, recuperar la atención de los espectadores. Pero no me inspira confianza que ir al cine cada vez sea una experiencia más premium para el bolsillo y menos especial.

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